El pálpito de una comunidad cristiana viva (26 de diciembre de 2014)


 
En Gamia, donde celebramos la misa de Navidad con los diecinueve bautizos hay una comunidad especial por su vivencia de la fe con entrega y alegría en medio de un ambiente no siempre fácil. Cuando comenzaron los primeros anuncios del Evangelio allí, como en el resto de Bembereké, me decían los misioneros que los apedreaban. Ser cristiano aquí suponía jugarte la vida y poner a prueba tu paz y tu fe. Quizás por eso han crecido tanto en la conciencia de lo que supone este don de ser cristiano y lo cuidan. Rodeados como están por una mayoría musulmana y animista (religión tradicional africana), ellos se han hecho valer un respeto que nace precisamente del amor cristiano con el que respetan a los demás y del celo con el que se aman y cuidan también a sí mismos como Iglesia del Señor.

            El responsable laico de la comunidad me dirigió unas palabras al final de la celebración que son para conmover a cualquiera. Es un hombre sencillo que habla sólo baribá, de una cierta edad y curtido en sus años y en su piel por una dignidad y un sufrimiento que impresiona sólo con verle. Mientras me hablaba en baribá yo no entendía nada, pero su porte y su mirada me gritaban dulcemente palabras que llegaban al corazón. Cuando el traductor me hizo el resumen en francés quedé verdaderamente conmovido. Me decía: querido monseñor, Vd. ha demostrado mucho amor al venir hasta aquí. Nosotros somos pobres pero agradecemos la ayuda que nos da mandándonos sacerdotes.

            Yo recuerdo que era lo mismo que hace dos años me dijeron también en este lugar. Agradecen todo lo que les podemos dar, porque de todo tienen necesidad, pero sobre todo nos dan las gracias por haberles dado a Jesucristo, a María, a San Francisco (es el titular de la parroquia), y porque hay sacerdotes que cuidan de los catequistas, que les predican la palabra del santo Evangelio, porque les dan la Eucaristía. Por esto, sobre todo por todo esto, ellos me daban las gracias. No había ningún atisbo más ni mayor de otras necesidades, menos aún de una peleona reivindicación con reproches, recogida de firmas o piquete informativo para que me vaya enterando. Y entonces te parece estar en otro mundo donde la bondad nadie la ha envilecido ni la belleza ninguno la ha manchado.

            Pero tuvo una añadidura con todo respeto, como quien se atreve a pedir algo más a lo dicho, aparentemente distinto que venía a ser precisamente lo mismo. Me hizo mirar esa asamblea cristiana, una verdadera expresión de la Iglesia del Señor llena de viveza y de esperanza. Los adultos que son ya ancianos y que eran los que primeramente se adhirieron a la fe cuando vinieron nuestros misioneros hace casi tan sólo treinta años, los adultos que han formado sus familias y las viven en cristiano, los muchos jóvenes cuyos rostros eran un motivo de inmensa esperanza y los cientos de niños que por doquier andaban más los diecinueve que habíamos bautizado en la Misa de Navidad. Toda una explosión de vida que te encendía la caridad, testimoniaba la fe y te contagiaba la esperanza. Fue entonces cuando me dijo: no cabemos aquí. Lo cual era una evidente verdad. La iglesita es digna y amplia, tiene un pequeño campanario donde hacen sonar las campanas, un soportal que recuerda los de las iglesias de Asturias, y unos salones que sirven para dar la catequesis, tener reuniones e incluso un pequeño despacho parroquial con una habitación para el misionero sacerdote si tuviera que pernoctar.
 

            Entonces me dijeron que les acompañase antes de marcharme para ver un terreno a las afueras del pueblo. Accedí gustosamente y montados en los todo terreno y en motos fuimos selva a través hasta un lugar descampado. Unos jóvenes corrieron para marcarme los límites de ese espacio en donde quieren levantar una nueva iglesia y dependencias parroquiales. Llevaban agua bendita y una rama que cogieron en el lugar, y me invitaron a bendecir ese terreno pidiendo al Señor que nos conceda la gracia de ver nacer allí un lugar para su gloria y para el encuentro de los hermanos. Y así lo hice dejándome llevar del entusiasmo creyente de una comunidad que no ponía precio subastado a una ruina de la que querían deshacerse como fuera, una ruina que venía del deshecho y del desuso de haberse quedado vacía, sin vida y sin cristianos. Era todo lo contrario: se trataba de una ampliación, de la búsqueda de otro lugar porque aquello se hacía pequeño. Bendije, sí, y pedí que Dios dijera bien sobre nosotros. En aquel terreno hoy sin nada y por donde crecerá el poblado de Gamia, hay una iglesita que se empezó a levantar ayer. Por supuesto que las primeras piedras eran esos hermanos y hermanas, piedras vivas de un nuevo templo donde los adoradores darán gloria a Dios y serán bendición para tantos.

            Luego fuimos a otro lugar donde nos esperaban en una reunión que sólo se tiene una vez al año. En la carretera fuimos parados por unos extraños hombres de una tribu rara. Piensan que son invulnerables a las balas y han decidido apostarse junto a la carretera para defendernos de los bandidos. Puede parecer una quimera, pero cuando amagan con cerrarte el paso y te encañonan con su rifle de cazadores para pedirte algo por el servicio defensivo que nadie les ha encargado, entonces te da por pensar que sería una lástima acabar allí de esa manera porque te fríen a tiros los que se han autoconstituido en tu defensa. Fue entonces cuando el bueno de Manolo, mi secretario, dijo algo con su proverbial sentido práctico de secretaría: les damos algo ¿no? A lo que respondieron Alejandro y Antonio: a la vuelta. Y yo pensé en mis adentros: si llegamos. Todo quedó en unas monedas con el que pagamos este peaje anti-bandidos. Ya te digo. Como para saltarse la original barrera…

Continuamos por unos caminos de tierra. Las últimas torrenteras de la época de lluvia de hace meses había dejado su firma y su huella hasta hacerlos casi intransitables, y así llegamos a un poblado selva adentro. Se llama Gandou París… nada menos. Chozas dispersas, una bomba de agua para extraerla, fogatas entre piedras bajas para colocar los perolos donde cocer la mandioca, y unos troncos semi vaciados en donde dos mujeres estaban machacando especias en la molienda. De pronto… primero fueron dos, luego quince, cincuenta, y hasta más de un centenar de niños muy pequeños y otros ya creciditos nos rodearon. Una explosión de vida y de alegría. Hablaban y cantaban en el batonou propio de los Gandou, una tribu que todos despreciaban por su pobreza y que acabaron siendo esclavos de los Phel hasta no hace tanto. Ellos andan dispersos por estos poblados y una vez al año se juntan para tener un encuentro fraterno y de fe. Sabedores de que estaba en Bembereké el arzobispo de Oviedo, nos invitaron y fuimos.

Una chica fue traduciendo al francés lo que en baribá o batonou nos iban contando con inmenso agradecimiento por nuestra aceptación. A ellos les impresiona que podamos acudir quizás por considerarnos no sólo distintos, sino superiores en recursos, en conocimientos, en dineros. ¡Qué relativo todo esto! Sobre todo cuando quien tiene esa misma impresión somos nosotros al verlos a ellos ricos, tan ricos de lo que es verdadero y de lo que tantas veces nosotros somos inmensamente pobres aunque nuestra secreta e íntima pobreza la sepamos maquillar, perfumar y trucar para que no transcienda. Me pidieron entonces una palabra. Estábamos todos debajo de un inmenso árbol, un mango gigante que nos daba sombra y bajo el que ellos se reúnen para compartir, decidir, encontrarse.

Les dije que al igual que en esta selva de tierra reseca por la falta de agua emergen los árboles frondosos que nos dan frutos, sombra y un lugar amable para nuestro encuentro, así veo yo que en medio de nuestro mundo tan desértico que vive solo, aislado, triste, insolidario, sin fe ni confianza, ellos con su humanidad cristiana representan la mejor y más esperanzadora foresta. Que les necesitamos como ellos nos necesitan. Hagamos juntos este camino siendo misioneros unos para los otros. Traté de explicarles la tradición franciscana del belén viviente y de cómo ellos eran estas figuras vivas que escenifican en este mundo la más bella Buena Noticia. No sé qué entendió la traductora, pero les debió contar algo de un teatro que íbamos a hacer, de tema navideño, y en donde actuaríamos todos. Así que… sin saberlo me había convertido en empresario de festejos teatrales. Veremos cuándo podemos empezar los ensayos. ¡Ay si levantara San Francisco la cabeza...!
 

 

 

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