6. Volver a empezar, evangelizando


"Algo nuevo está naciendo, ¿no lo notáis?" (28 de febrero de 2012)


El Señor nos ha confiado a los obispos una solicitud por todas las Iglesias, y no sólo por nuestra propia Diócesis. Hay muchas maneras de expresar esa comunión fraterna. La de tener una Misión Diocesana es una de las más hermosas.

Fuimos a un pueblecito muy pequeño: Sebe Nbi. Nos costó hacer varios kilómetros por caminos de tierra bacheados por el agua en la época de las lluvias, la cual no tardará en regresar dentro de un mes escasamente. Tras ese trasiego por caminos de película, finalmente dejamos nuestro jeep y fuimos campo a través por senderos de foresta baja en los que tienes que ir forzosamente de uno en uno, siguiendo al que tienes delante, fiándote de su tino para llegar a tu destino. El poblado era pobre de verdad. Leñas ardiendo junto a unas piedras que sostenían las ollas ennegrecidas, y en las que a fuego lento se iba calentando el agua para cocer la cena que consiste normalmente en pasta de mandioca con alguna salsa espesa picante. Las casas eran pallozas de barro y paja en la techumbre. Había un pequeño corro de personas junto al gran árbol de la palabra, donde se juntan para hablar sus cosas, para decidirlas juntos, para arroparse en el cariño más desnudo a la intemperie de esta África implacablemente bella y tremenda a la vez.

Alejandro, nuestro misionero en Bembereké, nos quería llevar a un lugar de primera evangelización. Tanto José Antonio, nuestro delegado de Misiones, como César, misionero que fue en Guatemala junto a éste, y que me acompañan en este viaje, me dijeron que tendríamos algún día este momento especial. ¿Cómo se hace para comenzar a anunciar el Evangelio de Cristo, para contar esa historia de salvación de la que también los oyentes forman parte? Debo reconocer que me conmovió como lo que más. Llegamos habiendo recogido al catequista que normalmente viene a esta incipiente comunidad cristiana.

Nos recibieron cantando con sones de acogida. Dos o tres ancianos con la piel plegada por el sol y por los años nos ofrecían sus manos arrugadas. Una joven mujer nos dio un poco de agua en una vasija indescriptible de plástico que no estaba ciertamente esterilizada. No fue fácil dar aquel sorbo sin declinar el gesto. Espero que no estuviera demasiado contaminada. Pero ya nos advirtió Alejandro que a los pobres no se les puede negar jamás lo que te ofrecen, sea lo que sea. Y así lo hicimos con convencimiento agradecido.

 Fueron viniendo los demás, en general jóvenes hombres y mujeres, y muchos niños, muchísimos, como siempre en este continente de la esperanza. Desnudos en su mayoría, pero no malnutridos, por más que no me explique cómo lo hacen. Algunas mamás, con sus pechos desnudos y visibles daban de mamar a sus pequeños colgados a sus cuellos. Ellos emplean un saludo lleno de ternura, que quizás a nosotros nos resultaría atrevido, pues cuando alguien pregunta a otro cómo se encuentra, se dice esa expresión sólo de aquí: “¿cómo de dulces están tus pechos?”, que equivale a nuestro simplón y aséptico: “¿cómo estás?”.

Aquí se pregunta sobre la vida, que si está sana seguirá dando vida con la dulzura de una madre cuando amamanta a su pequeño. No es de extrañar que las mamás den el pecho sin rubor a sus hijos en todo momento. Me llamó la atención cuando una de ellas se acercaba a comulgar mientras su bebé de menos de dos meses iba mamando. Dios que se hacía alimento santo para esa madre que alimentaba al hijo de sus entrañas como don de Dios. Dos “comuniones” distintas, pero que no se pueden separar si las entendemos bien cada una en su hondo significado.


          Ya sentados junto al árbol, vinieron los primeros “parlamentos”. Tras la introducción del catequista y las palabras del P. Alejandro, tomaron la palabra algunas mujeres dándonos la bienvenida de un modo tan insólito como conmovedor. Nos dijeron que veníamos desde muy lejos a ese puñado de casas pobres. ¿Qué veníamos a ver? Donde duermen, donde comen, donde trabajan, donde buscan a Dios. Pero mucho les debemos querer quienes hacen un gesto de acercamiento como el nuestro donde ellos no tienen casi nada que ofrecer. Sólo esta forma de acoger, te sobrecogía el alma al ver cómo son los preferidos del Señor, esos que siempre confunden a quienes viven en la opulencia, la prepotencia y en el paripé. Sean quienes sean éstos.
          El catequista fue dando la palabra a varias personas que nos hablaban en su lengua materna, el batonou de los Baribá y nos lo iban traduciendo. Sus palabras de acogida se hacían oración, deseando que tuviésemos salud, un feliz viaje de regreso y que sobre todo pudiésemos crecer en fraternidad bajo la mirada de Dios formando parte de su pueblo. Así llegó el momento de las peticiones. Y comenzaron por pedirnos una iglesia, una pequeña capilla que les sirviese de lugar de encuentro con Dios y con la incipiente comunidad cristiana. Querían que Dios tuviese casa en su poblado y nos pedían ayuda para construírsela. Nada menos.
          Luego nos pidieron que les mandásemos a alguien para que enseñara a leer y a escribir a los más pequeños en su lengua baribá. No quieren que crezcan aislados, sino que puedan abrir sus vidas a todo lo que la cultura, cualquier cultura, puede hacer para dilatar la mirada y ensanchar el corazón. Así de sabios son.
          Era un pequeño grupo que se está preparando para el bautismo. Reciben las primeras enseñanzas del catecismo, aprenden las oraciones, e impresionaba verles rezar el padrenuestro o el avemaría, mientras memorizan textos del Evangelio cantándolo. Yo les dije que ciertamente estábamos allí porque les queríamos, pero hay Alguien que ha venido de tan lejos que ha venido siempre, y que les quiere mucho más que nosotros sus pobres hermanos: Dios nuestro Señor. Esa es la Buena Noticia que les anunciamos.


          Al final me pusieron en brazos a la pequeña Selifa, una niña de pocos meses posiblemente musulmana por familia, que no tiene a nadie. Su joven madre acababa de morir y una mujer del poblado la tomó sobre sí para darle el pecho y darle la vida. Le besé la frente e hice la señal de la cruz para bendecirla. ¡Qué querrá decirnos Dios en la pequeña Selifa tan fuera de todo pronóstico, tan al margen de cualquier proyecto humano o pretensión torcida! Pido por ella, por esa generosa mujer anónima que ha cogido sobre ella el relevo de su malograda mamá haciéndose brazos, labios, entrañas del mismo Dios para esta pequeña.
          En Sebe Nbi esa tarde, yo fui tocado por el Señor de un modo extraordinario. No se me apareció nadie especial, sino que tuve delante la vida misma, la realidad sin más, en la que Dios nos susurra, nos grita, nos espera y nos invita a pasar. Alabado seas, mi Señor, por tus hijos más pequeños.



+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm

Arzobispo de Oviedo

5. Encuentro con el obispo de N'Dalí

"Os daré sacerdotes según el corazón de Dios". (27 de febrero de 2012)




    Todos y cada uno de los obispos somos sucesores de los Apóstoles. Tan sólo el obispo de Roma sabemos que es el sucesor de Pedro. Los demás no sucedemos en nuestras sedes a un apóstol determinado. Entre los apóstoles había un abanico de personalidades diversas que contenían todo el genio humano en su lance más audaz en algunos casos o en su lance más limitado en otros. Pero todos los obispos somos sucesores de aquellos primeros discípulos de Jesús

 Cuando nos encontramos los obispos de los distintos países que atendemos la Iglesia particular que nos ha asignado el Papa, nos reconocemos en verdad como hermanos. Yo así lo he podido experimentar con el obispo de N’Dalí, Mons. Martin Adjou. No nos conocíamos de nada, pero ha sido fácil entablar la relación fraterna por parte de dos sucesores de aquellos apóstoles que acompañamos al Pueblo de Dios que la Iglesia ha confiado a nuestro cuidado pastoral. Tenemos la misma edad y aunque ambos estudiamos en Roma no nos conocíamos de antes.
  
  Para mí ha sido un verdadero regalo de Dios acercarme a esta diócesis hermana. Al poder asomarme a las dificultades que estos cristianos atraviesan, se ponen en su lugar los desafíos que yo encuentro en la Diócesis de Oviedo. Quiero decir que se relativizan enormemente. No es que se solucionen los retos en Asturias viniendo aquí a Benín, pero tampoco los agrandas en demasía cuando tratas de comprender otra realidad. Pensemos en los sacerdotes diocesanos con los que este obispo cuenta: sólo uno. De hecho él es párroco también, y su catedral sencilla y pequeñita es una parroquia más. Los misioneros que le ayudan en la Diócesis de N’Dali son prácticamente todos extranjeros: de España, Francia, Italia y alguno más africano. La minoría católica con la que él cuenta en medio de un ambiente musulmán o animista, hace que su trabajo sea arduo y desbordante, al igual que todos cuantos colaboran con él en la evangelización: sacerdotes, religiosas, catequistas.


   Pero ha sido una afirmación sentida en todas las comunidades que voy visitando, una especie de estribillo que sin previo acuerdo unos y otros me van diciendo, y es también lo que este hermano obispo me ha suplicado: necesitamos sacerdotes.


   Al llegar a Gamia, uno de los catequistas y el presidente de la comunidad, ambos laicos, me dijeron que estaban contentos con el P. Alejandro, nuestro misionero asturiano, como agradecen todos los que antes han estado. Pero quieren contar con un sacerdote que les predique la Palabra de Dios, que les pueda celebrar la Eucaristía. No nos ven como pueden ver a una ONG de las muchas que pululan por el Tercer Mundo, sino que nos piden algo bien concreto, que da cuenta de su madurez creyente como cristianos y como Iglesia. Confieso que me impresionó. No me pidieron dinero, no me pidieron proyectos de desarrollo, sino que me pidieron sacerdotes para que les puedan acompañar en su vida cristiana. Sin duda que el dinero y los proyectos también les llegarán, y en ello estamos comprometidos sabiendo por Quien lo hacemos. Pero ellos han pedido lo que sólo la Iglesia les puede dar: a Jesucristo, a través de un hermano sacerdote que les pueda anunciar el Evangelio y acercarles los sacramentos.
Sacerdotes para anunciar a Jesucristo
    En otros momentos se ha dado esa retórica teórica de un posible conflicto entre el compromiso social y cultural y el servicio estrictamente religioso, como si fueran cosas que admitieran una planificación según nuestros cronogramas europeos. No en vano, y cuesta trabajo decirlo, por una mala comprensión de la misión respondimos con pozos y escuelas sin anunciar a Jesucristo. Viniendo aquí te das cuenta la serena verdad a la que nuestros misioneros han llegado a través de estos años claroscuros también en la misión. Ellos dan a Jesucristo, son testigos suyos dedicando sus vidas al Evangelio y a edificar la comunidad cristiana como una Iglesia viva. Y haciendo así, no pueden por menos que pensar en la educación de los niños y jóvenes construyendo escuelas; o pensar en la atención sanitaria e higiénica a través de dispensarios y presencias médicas; o ayudarles en su trabajo propio de modo que puedan ser autónomos llevando una vida libre, justa y digna. No podemos hacer trampa ni en un sentido ni en otro, porque podemos pretender dar a Jesús sin curar las heridas de los hermanos, o acaso salir al paso de las penurias de éstos sin decir por Quien lo hacemos y sin traslucir su ternura y misericordia ante ellos.


   Esta mañana, cuando rezamos Laudes y celebramos la Santa Misa, nos habíamos encontrado con esa página del Evangelio siempre incómoda que nos deja con una santa mala conciencia: “Venid a mí, benditos de mi Padre, porque tuve hambre, estuve desnudo, enfermo, en la cárcel…” (Mt  25). Es Dios mismo quien se solidariza con sus pequeños hermanos esperándonos siempre en ellos. Ahí está, aquí está. Lo que hacemos o dejamos de hacer con ellos, es el trato que damos al mismísimo Dios como nos ha enseñado Jesucristo.


   Pienso en este querido hermano obispo, Mons. Martin Adjou, y debemos ayudarle a él y a su pueblo. La Divina Providencia ha cruzado desde hace 25 años nuestras dos Diócesis, y esto significa que hemos de plasmar la ayuda sabiendo que también ellos nos pertenecen, al igual que nosotros les pertenecemos a ellos. Ya lo decía bellamente el Beato Juan Pablo II en la carta Novo Millennio Ineunte a propósito de la espiritualidad de comunión. Él la definía así en un párrafo memorable: «Espiritualidad de la comunión significa, además, capacidad de sentir al hermano de fe en la unidad profunda del Cuerpo místico y, por tanto, como " uno que me pertenece ", para saber compartir sus alegrías y sus sufrimientos, para intuir sus deseos y atender a sus necesidades, para ofrecerle una verdadera y profunda amistad. Espiritualidad de la comunión es también capacidad de ver ante todo lo que hay de positivo en el otro, para acogerlo y valorarlo como regalo de Dios: un "don para mí", además de ser un don para el hermano que lo ha recibido directamente.  


    En fin, espiritualidad de la comunión es saber "dar espacio" al hermano, llevando mutuamente la carga de los otros (cf. Ga 6,2) y rechazando las tentaciones egoístas que continuamente nos acechan y engendran competitividad, ganas de hacer carrera, desconfianza y envidias. No nos hagamos ilusiones: sin este camino espiritual, de poco servirían los instrumentos externos de la comunión. Se convertirían en medios sin alma, máscaras de comunión más que sus modos de expresión y crecimiento» (NMI 43). Bien, pues eso es lo que yo estoy experimentando en estos días. No la curiosidad pasajera de un mundo insólito para mí; no la impresión fugaz de algo que te llama la atención y hasta te conmueve lastimeramente; no la ayuda impersonal de quien echa una mano con un donativo para luego desaparecer. Más bien, sentirlos como quien nos pertenece es secundar la ayuda concreta que nos están pidiendo: sacerdotes.

    Ojalá el Señor nos dé fuerza, gracia y generosidad, para responder a lo que sus pequeños hermanos… en Benín, en Bembereké, nos está pidiendo en sus hambres, en sus enfermedades, en su desnudez, en sus carencias todas. La primera de ellas, sin desplazar ninguna de las demás, es precisamente Jesucristo, el que la Iglesia proclama a través de la Palabra de Dios y los Sacramentos, a través del abrazo solidario de un amor fraterno que ama con obras y con verdad. Quien tenga oídos, que oiga.

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo

4. Día de la fiesta del XXV Aniversario



"Comenzó a predicar la buena nueva" (domingo, 26 febrero 2012)


En un día de fiesta mayor, con una iglesia abarrotada de cristianos, y habiendo preparado los aledaños con carpas para que la gente pudiera seguirla protegiéndose del sol, pudimos celebrar este primer domingo de cuaresma dando gracias por el evento de esta efeméride particular: la llegada de los primeros misioneros asturianos a Bembereké.


La dignidad de la celebración, cuidadísima en los cantos, en los símbolos y ofrendas, en la preparación para escuchar la palabra de Dios, en el respeto admirable tan lleno de unción por la santa Eucaristía, hizo que todos nos conmoviésemos profundamente. El señor Obispo la diócesis de N’Dalí, a la que pertenece Bembereké (hoy día la parroquia más grande, con más de 2.500 km2 y 60.000 fieles que atender), Mons. Martin Adjou me invitó a presidir la Santa Misa. La celebramos en francés, pero hubo intervenciones en varios idiomas más: inglés, español, y las lenguas locales como el fulfule y el batonum. La homilía fue traducida al francés y a estas dos lenguas propias del lugar. Ha habido momento para la acción de gracias, para el recuerdo memorial y también para el compromiso firme con esta Iglesia particular hermana.

La homilía pronunciada durante la Misa por mons. Sanz puede verse aquí


3. Junto a los pequeños



"Dejad que los niños se acerquen a Mí" (sábado, 25 febrero 2012)

    
    


Hoy nos levantamos temprano. A las 06’30h. ya estábamos camino de la capilla donde habíamos quedado con un grupo de jóvenes, las hermanas y nosotros los sacerdotes. Primero rezamos Laudes y luego celebramos la Eucaristía. El día se presentaba largo y caluroso y había que tomar fuerzas espirituales.
Tras el desayuno dedicamos la mañana a las comunidades de religiosos y religiosas que están en el territorio de esta misión. Por ceñirme a las hermanas que llegaron de España cuando vinieron los primeros misioneros asturianos, dejo constancia de la labor que desempeñan las Dominicas de la Anunciata. Junto a otras religiosas, ellas trabajan en la misión atendiendo a niños pequeños y a chicas desarrollando un precioso trabajo de educación y acogida para los más pequeñitos, y de acompañamiento de las jóvenes a las que dan también clases prácticas de formación profesional adaptada al mundo femenino. Hemos visto tantos niños por doquier, tantísimos pequeños que llenan de esperanza cada trozo de esta tierra, que uno piensa inevitablemente en otros continentes y culturas donde habiendo calculado su egoísmo estéril, terminan por caer en la tristeza sin salida, la que propicia todas las crisis morales y económicas con todas sus variantes.
Es una de las notas que mayormente están sonando en este viaje: la esperanza de un pueblo a través de sus niños. Sin duda que hay que educarlos, acompañarlos, y que las familias también aquí tienen sus dificultades de toda índole, pero en medio de las evidentes penurias materiales, la alegría que hay en esta gente y que se hace danza y sonrisa en cada uno de los más pequeños, es una saludable provocación para el primer mundo que no sabe por dónde ir, aturdido por su no saber de dónde viene y no saber a dónde volver.
    Hablando de educación, me ha parecido preciosa la labor que hacen las Dominicas de la Anunciata en el internado para niñas y chicas. Tanto ellas como las otras hermanas realizan una extraordinaria labor en favor de la mujer. No se dedican a divulgar programas de esterilización, ni lógicamente tampoco prácticas abortivas, por más que haya imposturas desde organismos internacionales bien conocidos que pretenden el control de la natalidad empezando por los nacimientos de los más pobres: que no nazcan, que no haya embarazos, que se vayan..., pues el mundo y sus recursos se ha hecho pequeño para el tamaño de nuestro egoísmo y el mantenimiento de nuestro poder. Así piensan los prepotentes desde su mentalidad dominante. Pero la vida les explota en las manos cuando pueblos como el africano desbarata sus cálculos y sus medidas.
    La Iglesia no promueve una maternidad y paternidad irresponsable, ni juega con el flagelo del sida dando consejos y moralina, sino acompañando y educando la vida real en la que Dios ha escrito un sentido, donde ha marcado un origen y propicia un destino. Por eso estas hermanas también enseñan a niñas y mujeres, a niños y hombres (estos, lamentablemente con menor audiencia) cómo se cuida la vida, cómo se conoce sus leyes escritas por Dios, cómo está hecho el cuerpo por dentro y por fuera, cómo se limpia con la debida higiene, como se respeta al otro, cómo se vive el amor según la edad y cómo se debe construir una verdadera familia. El trabajo es lento y paciente, pero es el único que consigue salvar la persona, fundamentar la familia y construir un pueblo. Curiosamente, la propuesta cristiana entendida en su integridad es la única que ha conseguido erradicar la pandemia del SIDA en lugares como Uganda donde su tasa era elevadísima. Es preciosa, digo, esta labor educativa que hacen las hermanas en la misión, en la que no hay que emplear macro programas mundiales de conocidas organizaciones y laboratorios que responden a consignas políticas e ideologías de género, y quizás por eso mismo aparecemos los cristianos y la Iglesia católica en tantos lugares, como “enemigos del progreso”, entendiendo por éste lo que lamentablemente más ha destruido los verdaderos derechos de los más pobres, de los niños y de la mujer.
    Un día que comenzó con el momento hondamente religioso del rezo de Laudes y de la celebración de la Santa Misa y que fue poco a poco llegando a lo más concreto de las personas a las que se sirve y se acompaña buscando su bien. Jamás el amor a Dios y el amor al prójimo han sido lo mismo, pero son sencillamente inseparables.



         

       


2. La acogida



"Bendito el que viene en el nombre del Señor". (Viernes 24 de febrero de 2012)



          No deja de tener su punto de expectativa llegar a un sitio por primera vez, donde confluyen tantos factores que imponen algo verdaderamente novedoso: el pais, la lengua, el clima, la cultura, incluso la expresión religiosa de una idéntica fe cristiana.

           Así llegué hoy a Bembereké, al norte del Benín. Desde que dejamos muy temprano Cotonou, tuvimos que realizar más de 500 kilómetros por carreteras increíbles en medio de esta gran sabana típicamente africana. La arena del camino, los enormes baches que producen las lluvias, hacía que nuestro “jeep” tuviera que poner empeño en demostrarnos su estabilidad, a diferencia de los coches, camiones y autobuses que íbamos viendo en las cunetas totalmente destrozados. No dejó de sorprenderme que tuviésemos que pagar “peaje” por semejantes autopistas.

           Fueron 10 horas de viaje, incluyendo la parada de la comida y un breve saludo al obispo del lugar. Hablaré de este hermano en el episcopado más adelante en días venideros. Pero al llegar a Bembereké, todo el cansancio acumulado, toda la saturación de polvo y lentitud en el camino, de pronto se hizo color, se hizo canto, se hizo danza. Más de un centenar de jóvenes, ataviados con los trajes típicos de este hermoso continente, me recibieron con sabor y aire de verdadera fiesta.

           El rito inicial consistió en que una chica vino hacia mí con una jofaina de madera llena de agua. Me saludó y la vertió a mis pies dándome la bienvenida en francés. Le pregunté por el significado y me dijo que se trata de un elemento sencillo, pobre y rico a la vez: el agua. No siempre abunda y a veces sufren la sequía, por eso es un bien que ofrecen al huésped que tiene un valor real para ellos. El agua es un don y ellos no se apropian de él: al compartirlo dan gracias a Dios que es quien lo concede, y lo comparten con quien viene en su Nombre. El agua representa también lo que limpia, lo que refresca, lo que fecunda, lo que permite fructificar. Todo eso me deseaba esa hermosa muchacha africana. Le di las gracias y me acordé del Agua Viva por antonomasia que representa Jesucristo: para mi sed, para mis manchas, para mi esterilidad Él se me da así precisamente, como Agua Viva.

           Seguimos caminando hasta la misión. Iban cantando y danzando, envolviéndome en medio de esa comitiva que sabía acoger con la más pura y bella alegría. Y llegados frente a la capilla-iglesia, me ofrecieron un recital de danzas cuyo simbolismo no lograba alcanzar. Pero tampoco me dispuse a querer comprenderlo todo, a querer tematizarlo todo, sino a acoger en su simplicidad lo que de suyo era elocuente y vistoso por su clásica coreografía a ritmo de palmas y tam-tam. Fácilmente te arrastraba esa música bailada y cantada con la alegría inocente de sus rostros jóvenes. Los más pequeños, se me fueron pegando hasta rodearme. ¡Qué ojitos, santo Dios, diciéndote sin decir tantas cosas! Ellos todavía no saben hablar francés, ni yo su lengua local, por lo cual no encontraba el modo de comunicarme con aquellos pequeños ojos que se clavaban en mí, misionero-obispo,  blanco y grandullón. Hasta que descubrí que la mirada nos permitía un lenguaje común, igual que la sonrisa que nos íbamos intercambiando con complicidad, o las caricias en sus cabecitas. De pronto aprendí como aprendiz el lenguaje de los niños, ese que no tiene doblez ni maldad, y comprendía porqué ellos fueron a los que bendecía Jesús, mientras poniéndoles en medio nos pidió que nos pareciésemos a ellos.


           Terminamos con una bendición a todos, que acogieron respetuosos de rodillas y con inmensa gratitud. Nosotros nos fuimos a celebrar la Santa Misa, mientras los cristianos del lugar iban llegando a la Iglesia grande, donde un rato después se disponían a rezar el viacrucis por ser viernes de cuaresma. Me impresionó la fe, la devoción, la sencillez, la hondura, con la que les vi rezar las 14 estaciones: pequeños casi recién nacidos que pendían en la espalda de sus mamás cogidos con pañoletas, niños que silenciosos correteaban por doquier sin molestar en absoluto y sin dejar de ser lo que eran, y jóvenes –muchos- y adultos jóvenes también, que siguieron los pasos del Señor.

           El calor, los mosquitos, son una nadería, comparado con esta hermosa acogida que he recibido de estos nuevos hermanos. Vengo en nombre del Señor, y me he sentido verdaderamente bendecido por su Pueblo santo.

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo

1. Comienza el viaje


"Sal de tu tierra..." (Jueves 23 de febrero de 2012)

Ponerse en marcha y emprender un largo viaje. No es la curiosidad turística lo que me mueve, no se explica desde un intercambio cultural, o para realizar un safari fotográfico, ni  siquiera desde la noble misión altruista del voluntariado.
Una tierra lejana, de gentes bien distintas en sus tradiciones, en sus expresiones religiosas y en sus bagajes culturales. Pero Jesús nos dejó en encargo: id hasta los confines de la tierra y anunciad una Buena Noticia. Así lo han hecho tantos hermanos nuestros que desde hace siglos llegaron al corazón de África con esta encomienda y con esta preciosa misión.
Mi equipaje es ligero. Caigo en la cuenta de las muchas cosas que no me hacen falta cotidianamente y que me tienen secuestrada la atención, el tiempo, las fuerzas, sin que sean en absoluto necesarias. Ligero de equipaje para poder caminar con entrega, con libertad, sin hipotecas ni condicionantes, sirviendo a los hermanos en nombre de Dios.
En el avión, los de "color" éramos nosotros tres, y llegando a la capital de Benín, Cotonou, éramos nosotros los recibidos. ¡Cuántas lenguas, usanzas y maneras en nuestra increíble humanidad! ¡Qué riqueza variopinta en las personas, en sus culturas, en sus modos de vivir las cosas y de concebir la gratitud hacia Dios!
Las vacunas... Ha habido que ponérselas por cautela y precaución. Un montón de ellas: para el tifus, para la fiebre amarilla, para la malaria, etc. Pero las más importantes no han sido inyectables o en pastillas, sino directamente al corazón para favorecer precisamente el contagio. Sí, unas vacunas para que podamos ser contagiados de algo especial: lo que Dios quiera decirme en estos hermanos; lo que pueda sorprenderme aprendiendo de ellos; la esperanza con sabor a sencillez evangélica; el testimonio de nuestros misioneros asturianos; la universalidad de la Iglesia;
Pido al Buen Dios y a nuestra Madre la Santina, que nos acompañe en este viaje de visita pastoral y peregrinación.
                                            

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo

23 febrero 2012.