En Gamia, donde celebramos la misa de Navidad con los diecinueve
bautizos hay una comunidad especial por su vivencia de la fe con entrega y
alegría en medio de un ambiente no siempre fácil. Cuando comenzaron los
primeros anuncios del Evangelio allí, como en el resto de Bembereké, me decían
los misioneros que los apedreaban. Ser cristiano aquí suponía jugarte la vida y
poner a prueba tu paz y tu fe. Quizás por eso han crecido tanto en la
conciencia de lo que supone este don de ser cristiano y lo cuidan. Rodeados como
están por una mayoría musulmana y animista (religión tradicional africana),
ellos se han hecho valer un respeto que nace precisamente del amor cristiano
con el que respetan a los demás y del celo con el que se aman y cuidan también
a sí mismos como Iglesia del Señor.
El responsable
laico de la comunidad me dirigió unas palabras al final de la celebración que
son para conmover a cualquiera. Es un hombre sencillo que habla sólo baribá, de
una cierta edad y curtido en sus años y en su piel por una dignidad y un
sufrimiento que impresiona sólo con verle. Mientras me hablaba en baribá yo no
entendía nada, pero su porte y su mirada me gritaban dulcemente palabras que
llegaban al corazón. Cuando el traductor me hizo el resumen en francés quedé
verdaderamente conmovido. Me decía: querido monseñor, Vd. ha demostrado mucho
amor al venir hasta aquí. Nosotros somos pobres pero agradecemos la ayuda que
nos da mandándonos sacerdotes.
Yo recuerdo que
era lo mismo que hace dos años me dijeron también en este lugar. Agradecen todo
lo que les podemos dar, porque de todo tienen necesidad, pero sobre todo nos
dan las gracias por haberles dado a Jesucristo, a María, a San Francisco (es el
titular de la parroquia), y porque hay sacerdotes que cuidan de los
catequistas, que les predican la palabra del santo Evangelio, porque les dan la
Eucaristía. Por esto, sobre todo por todo esto, ellos me daban las gracias. No
había ningún atisbo más ni mayor de otras necesidades, menos aún de una peleona
reivindicación con reproches, recogida de firmas o piquete informativo para que
me vaya enterando. Y entonces te parece estar en otro mundo donde la bondad
nadie la ha envilecido ni la belleza ninguno la ha manchado.
Pero tuvo una
añadidura con todo respeto, como quien se atreve a pedir algo más a lo dicho,
aparentemente distinto que venía a ser precisamente lo mismo. Me hizo mirar esa
asamblea cristiana, una verdadera expresión de la Iglesia del Señor llena de
viveza y de esperanza. Los adultos que son ya ancianos y que eran los que
primeramente se adhirieron a la fe cuando vinieron nuestros misioneros hace
casi tan sólo treinta años, los adultos que han formado sus familias y las
viven en cristiano, los muchos jóvenes cuyos rostros eran un motivo de inmensa
esperanza y los cientos de niños que por doquier andaban más los diecinueve que
habíamos bautizado en la Misa de Navidad. Toda una explosión de vida que te
encendía la caridad, testimoniaba la fe y te contagiaba la esperanza. Fue
entonces cuando me dijo: no cabemos aquí. Lo cual era una evidente verdad. La
iglesita es digna y amplia, tiene un pequeño campanario donde hacen sonar las
campanas, un soportal que recuerda los de las iglesias de Asturias, y unos
salones que sirven para dar la catequesis, tener reuniones e incluso un pequeño
despacho parroquial con una habitación para el misionero sacerdote si tuviera
que pernoctar.
Entonces me
dijeron que les acompañase antes de marcharme para ver un terreno a las afueras
del pueblo. Accedí gustosamente y montados en los todo terreno y en motos fuimos
selva a través hasta un lugar descampado. Unos jóvenes corrieron para marcarme
los límites de ese espacio en donde quieren levantar una nueva iglesia y
dependencias parroquiales. Llevaban agua bendita y una rama que cogieron en el
lugar, y me invitaron a bendecir ese terreno pidiendo al Señor que nos conceda
la gracia de ver nacer allí un lugar para su gloria y para el encuentro de los
hermanos. Y así lo hice dejándome llevar del entusiasmo creyente de una
comunidad que no ponía precio subastado a una ruina de la que querían
deshacerse como fuera, una ruina que venía del deshecho y del desuso de haberse
quedado vacía, sin vida y sin cristianos. Era todo lo contrario: se trataba de
una ampliación, de la búsqueda de otro lugar porque aquello se hacía pequeño.
Bendije, sí, y pedí que Dios dijera bien sobre nosotros. En aquel terreno hoy
sin nada y por donde crecerá el poblado de Gamia, hay una iglesita que se
empezó a levantar ayer. Por supuesto que las primeras piedras eran esos
hermanos y hermanas, piedras vivas de un nuevo templo donde los adoradores
darán gloria a Dios y serán bendición para tantos.
Luego fuimos a
otro lugar donde nos esperaban en una reunión que sólo se tiene una vez al año.
En la carretera fuimos parados por unos extraños hombres de una tribu rara.
Piensan que son invulnerables a las balas y han decidido apostarse junto a la
carretera para defendernos de los bandidos. Puede parecer una quimera, pero
cuando amagan con cerrarte el paso y te encañonan con su rifle de cazadores
para pedirte algo por el servicio defensivo que nadie les ha encargado,
entonces te da por pensar que sería una lástima acabar allí de esa manera
porque te fríen a tiros los que se han autoconstituido en tu defensa. Fue
entonces cuando el bueno de Manolo, mi secretario, dijo algo con su proverbial
sentido práctico de secretaría: les damos algo ¿no? A lo que respondieron
Alejandro y Antonio: a la vuelta. Y yo pensé en mis adentros: si llegamos. Todo
quedó en unas monedas con el que pagamos este peaje anti-bandidos. Ya te digo.
Como para saltarse la original barrera…
Continuamos por unos caminos de tierra.
Las últimas torrenteras de la época de lluvia de hace meses había dejado su
firma y su huella hasta hacerlos casi intransitables, y así llegamos a un
poblado selva adentro. Se llama Gandou París… nada menos. Chozas dispersas, una
bomba de agua para extraerla, fogatas entre piedras bajas para colocar los
perolos donde cocer la mandioca, y unos troncos semi vaciados en donde dos
mujeres estaban machacando especias en la molienda. De pronto… primero fueron
dos, luego quince, cincuenta, y hasta más de un centenar de niños muy pequeños
y otros ya creciditos nos rodearon. Una explosión de vida y de alegría.
Hablaban y cantaban en el batonou propio de los Gandou, una tribu que todos
despreciaban por su pobreza y que acabaron siendo esclavos de los Phel hasta no
hace tanto. Ellos andan dispersos por estos poblados y una vez al año se juntan
para tener un encuentro fraterno y de fe. Sabedores de que estaba en Bembereké
el arzobispo de Oviedo, nos invitaron y fuimos.
Una chica fue traduciendo al francés lo
que en baribá o batonou nos iban contando con inmenso agradecimiento por
nuestra aceptación. A ellos les impresiona que podamos acudir quizás por
considerarnos no sólo distintos, sino superiores en recursos, en conocimientos,
en dineros. ¡Qué relativo todo esto! Sobre todo cuando quien tiene esa misma
impresión somos nosotros al verlos a ellos ricos, tan ricos de lo que es
verdadero y de lo que tantas veces nosotros somos inmensamente pobres aunque
nuestra secreta e íntima pobreza la sepamos maquillar, perfumar y trucar para
que no transcienda. Me pidieron entonces una palabra. Estábamos todos debajo de
un inmenso árbol, un mango gigante que nos daba sombra y bajo el que ellos se reúnen
para compartir, decidir, encontrarse.
Les dije que al igual que en esta selva
de tierra reseca por la falta de agua emergen los árboles frondosos que nos dan
frutos, sombra y un lugar amable para nuestro encuentro, así veo yo que en
medio de nuestro mundo tan desértico que vive solo, aislado, triste,
insolidario, sin fe ni confianza, ellos con su humanidad cristiana representan
la mejor y más esperanzadora foresta. Que les necesitamos como ellos nos
necesitan. Hagamos juntos este camino siendo misioneros unos para los otros.
Traté de explicarles la tradición franciscana del belén viviente y de cómo
ellos eran estas figuras vivas que escenifican en este mundo la más bella Buena
Noticia. No sé qué entendió la traductora, pero les debió contar algo de un teatro
que íbamos a hacer, de tema navideño, y en donde actuaríamos todos. Así que…
sin saberlo me había convertido en empresario de festejos teatrales. Veremos
cuándo podemos empezar los ensayos. ¡Ay si levantara San Francisco la
cabeza...!
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