Recuerdos de unas navidades negras... más blancas que la nieve (2 de enero de 2015)


Estamos ya de vuelta para Cotonou, la capital comercial y administrativa de Benin. Un viaje de más de nueve horas y con estas carreteras. El aire acondicionado del coche no funciona. Cundo esto ocurre, sólo sirve para este calor el aire condicionado… condicionado a que lleves todas las ventanas abiertas. Alabado seas mi Señor, por el hermano viento y que tu Espíritu no deje de soplar en los adentros.
    Se me agolpan tantas cosas vividas, tantas que me desbordan los recuerdos de unas navidades negras pero que resultan más blancas que la nieve de nuestras montañas tan nevadas en estos días de enero y diciembre. Tendría que dar, si hubiera, a algún botón de pausa para pararme a pensar, a dar gracias, a poner nombre y el lugar con su fecha, a tantos regalos llenos de gracia con los que Dios ha querido dejarme vivir estos días inolvidables de unas navidades tan únicas y tan especiales. Es verdad que he dicho cosas, que he brindado gestos, que he regalado dones y he compartido mi tiempo y mis plegarias con todos ellos. Pero resulta incomparable lo que ellos me han dado de parte del Señor como contrapartida no pactada a la poquedad con la que yo me he allegado a estos hermanos misioneros y a las gentes que como Iglesia viva ellos cuidan y acompañan. Uno comprende eso que quienes han dicho sí a la llamada misionera recibida de Dios no dejan de contar y repetir: que no se cambian por nadie en su labor pastoral, que su vida como sacerdotes no la entienden si les falta esto, y que les cuesta horrores comprender lo que en ese mundo que llamamos primero (primermundistas del cuento) seguimos haciendo de esas maneras tan nuestras.

    Creo que es mucho más duro evangelizar y acompañar a nuestro pueblo cristiano en Asturias, en España, en Europa… que aquí en Bembèrèkè, Benin y África. Me lo han dicho todos los misioneros y lo he comprobado yo cada vez que he venido. Pero digo lo mismo cuando he podido estar en otros lugares de misión en América del sur. Les faltan tantas comodidades, tantos recursos y herramientas, pero no tiene precio lo que pueden ver con sus propios ojos cuando dejándose la piel por estos hermanos a los que se allegan, reciben como pago que no reclaman: la alegría de ver que Dios hace milagros, que pone nombre a la esperanza, que las personas crecen y maduran al amparo de la gracia del Señor y con la compañía de una Iglesia que la sienten como su casa. También se les llena el alma de gozo a nuestros misioneros cuando comprueban que el mensaje que traen no es algo particular de ellos que tenga su medida, sus intereses o sus trastiendas, sino muy por el contrario es un mensaje del que ellos son tan sólo humildes mensajeros que también a cada uno les llega.
            Lo he visto cuando proclaman ese Evangelio en lenguas ajenas a las de ellos, y que en ese momento también se hacen oyentes de la Palabra que siempre sorprende y jamás pasa. O cuando reparten a manos llenas la Gracia que el Señor pone en ellas, sabiendo que son los primeros mendigos de tal bendición y de tan inmenso regalo. No son trabajadores de una ONG piadosa, sino heraldos, misioneros, hermanos entre hermanos, que deben cuidar su fe, su caridad y esperanza para poder así acompañar a los otros construyendo en estos lugares la comunidad de la Iglesia. Por eso me conmovía ver que dedicaban tiempo a la oración, a la adoración del Señor en su Eucaristía, al rezo del rosario, a la alabanza con la liturgia de las Horas junto al Pueblo de Dios. Que se siguen preparando leyendo y estudiando como pueden y les permite el tiempo. Que el magisterio del Papa y la vida de la Diócesis de proveniencia, en este caso la de Oviedo, es algo que siguen también y están más al día de otros que con muchos más medios están a la luna de Valencia (pongo por caso).
            Esta es la razón por la que deseo que nuestros jóvenes diáconos vengan dos meses a esta misión diocesana de Bembèrèkè como parte de su formación diaconal antes de recibir la ordenación sacerdotal. No es un tiempo de vacaciones exóticas, ni un safari religioso y devoto, sino la ocasión única en su vida de poder ver y escuchar lo que en estos lugares Dios grita y arroja a quien mínimamente está con sus oídos y su corazón dispuesto a acoger un mensaje imborrable. De hecho, como me sucedió a mí mismo tras estar aquí hace dos años, uno vuelve inevitablemente de otra manera, no ha pasado por encima cuanto el Señor aquí nos siembra. Habría que estar muy ciego, muy cerrado, muy metido en tu caparazón de seguridades defensivas, para que no te sientas divinamente vulnerable con lo que aquí el Señor muestra y se desgañita.
            Y junto a la pobreza de quien tiene una vida realmente pobre en necesidades básicas de alimentación, higiene, sanidad, educación y cultura, todo ello objeto también de lo que nuestros misioneros afrontan sin demagogia populista y ni protagonismo politiquero, está la riqueza de toda esta gente sencilla que señala en su humanidad  tierna y en su fe sincera ese cúmulo de valores que tal vez otros hemos perdido, o descuidado, o no valorado debidamente. Por eso es una mezcla de pobreza y riqueza, de necesidades palmarias y de sobreabundancias manifiestas lo que en un mundo lleno de contrastes puedes constatar aquí en África. Sin embargo, la síntesis y balance final es que esta gente te gana, te conquista, te engancha, y esto explica que quien viene no se quiera marchar, y quien tiene que marchar cuando puede vuelve. Es la tónica de todos los misioneros y de cuantos aquí hemos visto nacer el espíritu del misionero que llevamos dentro. Porque regresas también tú de otra manera a tus andanzas cotidianas tras haber experimentado con una auténtica vivencia lo que como gracia inmensa aquí se te ha regalado como gracia.

            Termino hablando de los niños, porque es el motivo de una esperanza grande, realmente inmensa que en Benín como en toda África se puede palpar. La alegría de una humanidad que no está replegada sobre sí misma, que no se atrinchera tras el parapeto de sus comodidades, que es capaz de asumir lo que la vida naciente reclama y regala, y con el respeto paterno o materno responsables, no ponen óbice ni cortapisa a que la vida pueda venir o marchar naturalmente. Vendrán aquí los sabihondos primermundistas para arengar a las mujeres y proyectar sobre ellas sus frustraciones, sus censuras, sus criterios natalicios que terminan por envejecer prematuramente la vida y condenar a una autoextinción devoradora la generación presente. Lo estamos viendo en los países ricos que en nombre de sus prejuicios y con los métodos controladores, están consiguiendo que la vida se haga arisca, triste, enrocada y asustadiza, con necesidad de vigilancia satelital, porque el miedo es por naturaleza al mismo tiempo tan timorato como estéril. Y estos sabihondos y sabihondas también llegan aquí para imponer sus planificaciones, para probar en estos hermanos pobres los experimentos de sus últimas frustraciones científicas y demográficas que la vida misma se encarga de ir desmintiendo.
            Pero frente a esto, la vida aquí se muere de la risa ante estos señores y señoras variopintos de nómina, coche oficial, dieta y hotel de lujo.  Y te opone como contrapunto el espectáculo sin fronteras de lo que desborda todos esos controles subvencionados que son abatidos como un bastión de papel por la sonrisa de un niño o la complicidad de una niña que apunta maneras desarmándote. Me ha ocurrido con la pequeña Cécile. No tendrá ni cuatro años, y ya me hizo una envolvente para sacar de mí un simple caramelo… que lamentablemente no llevaba. “Bon jour mon Père. Je veu un bom-bom”. Sólo me pedía eso, un bom-bom, un caramelo. Pero sabía que tenía que reírme su mejor gracia, y que yo hiciera alguna carantoña en su repeinado pelo con bolitas de colores, y que le dijera qué se yo qué cosa como excusa de un grandullón “bature” (blanco) que se ponía colorado detrás de su barba canosa. Sí, tanto me conquistó Cècile que me debí poner rojo teniendo más de cincuenta años que ella, pero me venció. Nunca he sentido tanto no llevar un simple caramelo en mi bolsillo. Aunque no sé si ella también se sonrojó, porque las niñas beninesas no sé si se ponen coloradas cuando se ruborizan. Tendré que hablar con mi secretario Manuel, que en esto es un especialista.
 

3 comentarios:

  1. Precioso artículo lleno de fuerza y vitalidad misionera. Gracias por escribirlo para hacernos crecer en el fuego vivo del Espíritu, impulsando siempre a llevar el Evangelio allá donde estemos.Mil gracias y mi oración, un abrazo fraterno.Julio Roldán

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  2. Que bella experiencia! Gracias por compartía.
    Yol

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  3. Gracias por haber compartido estos días con nosotros. Ha sido una gracia y al menos a mí personalmente me ha ayudado a vivir la Navidad con más sentido. Por cierto , esos niños son conmovedores. Si me dejo llevar por el corazón, alguno podría convertirse en hermano/a de Miguelín. Feliz regreso. Que esta experiencia no deje de dar sus frutos en la Diócesis. Patri

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