La magia de una novedad deseada (1 de enero de 2015)


Finalmente amaneció. Todo empezaba de nuevo. Este es el rito y el pacto no escrito que cada año nos damos y acordamos. Lo decimos así, sentidamente: feliz año nuevo. Y no salió otro saludo de nuestros labios durante los primeros días de enero y así nos fuimos despidiendo también en los últimos de diciembre. En Bembèrèkè no fue distinto. Bonne annè… Merçi beaucaup. Toda la noche, que volvió a durar muy poco para lo del dormir, fue con música de fondo. La misma música y el mismo fondo. Implacable y tremendo. Por supuesto que no me defraudó mi amigo el preste morito, que subido a su minarete nos volvió a cantar sus versos coránicos dale que te pego sin perdonarnos ni uno. ¡Pero qué afición le han cogido a esto por la noche los chicos del turbante! Hice nuevamente un acto de virtud y no entré a considerar su árbol genealógico, pues yo cuando me pongo virtuoso ni yo me reconozco. Así, mientras el muecín cantaba sus cosas, yo echaba requiebros piadosos al Señor, pero discretamente, sin altavoz, como Dios manda, oiga. Es el caso que es el mismo Dios, porque no hay otro, aunque posiblemente muchos de ellos no lo saben. Pero ahí estaba también Dios empezando el año, supongo que divertido escuchando nuestra porfía: que si en el árabe de Don Mahoma, que si en el castellano de Santa Teresa, y así andábamos uno y otro ante la sonrisa de Dios, el único y verdadero.

            Cuando ya me levanté, muy temprano para un día como este, y casi sin pegar ojo aunque ni fui al baile ni me quedé de jarana, desayuné con los demás misioneros y nos recordamos las faenas pastorales en el día que teníamos por delante. A mí me tocaba en la parroquia de Bembèrèkè casi como una despedida porque la estadía empezaba ya a tocar su fin después de más de diez días intensos, muy intensos, en donde una vez más el Señor ha vuelto a sorprenderme regalándome inmerecidamente tantas cosas que he podido ver, escuchar, aprender… en quienes más se empeña Él ser maestro: los pobres, los niños, la gente sencilla que tiene su corazón abierto a lo que significa el amor, la esperanza y la fe.

            La gente fue llegando a la Iglesia. Se veía al principio algo menos de gente, pero poco a poco fue llenándose con algunos tardones que venían de una noche larga también. Tuve la impresión que no eran de la Adoración nocturna. Tampoco es que a las diez y media fuera una hora intempestiva, pero… sin chocolate con churros porque aquí no tienen esa tradición, no dejaba de ser algo pronto para ellos. Todo estaba organizado como de costumbre. Los monaguillos, los del coro y danza, las ofrendas, las moniciones (por cierto muy bien hechas), los lectores… Me sorprendía el buen gusto, el buen hacer, el mimo con el que esta gente se toma las cosas del Señor.
 

            Además de despedirme de ellos al final de la Misa, había que decir algo sobre lo que en un día como este del primero de año los cristianos celebramos. Y en primer lugar les expuse el sentido de esa “novedad” que se nos descuelga por el hecho de empezar un año. Sin ser irónico, pero sí muy realista, les pregunté: quién de vosotros que ayer tuviera un dolor hoy por ser primero de año se le ha quitado. Hubo silencio. ¿Y vuestras deudas… alguien las ha pagado esta madrugada? Nada. Los que por alguna razón estaban tristes porque la vida a veces aprieta y acorrala de mil modos, hoy uno de enero ¿todo lo tienen ya arreglado? Más silencio. Y los que experimentan el miedo, la incertidumbre, la soledad… ¿llega este comienzo de año y todo se colorea de un modo especial y ya nada es como antes? Ninguno decía nada. Ah… o sea, que esto del “año nuevo” no es ninguna panacea, y que la auténtica novedad no la certifica ni asegura una hoja de nuestro calendario ¿no? Así es. Todos asintieron.

            Entonces habría que hacer alguna reclamación, no sé muy bien a quién: si a los políticos que mandan, si al Papa o al Obispo, si al mismo Padre eterno, porque lo que parece es que no todo es tan automático, tan inmediato, tan eficaz. Más allá de la expresión del “feliz año nuevo”, habría que saber en qué consiste la verdadera novedad, no vaya a ser que todo sea una componenda, una especie de pacto irreal para fingir que las cosas han cambiado porque estamos estrenando un año en un nuevo calendario.

            Les quise proponer entonces una manera distinta de decirnos sinceramente este saludo al comienzo del año. Tratar de mirar las cosas de un modo nuevo. No todo depende de mí para que sea de otra manera, pero sí que puede cambiar mi modo de mirarlo, hasta el punto de experimentar que estamos hablando de algo verdaderamente nuevo cuya novedad reside en mis propios ojos. Nada de varitas mágicas. Nada de cuentos de hadas. Es la misma realidad con todo su mordiente, con todo su pesar, con todo lo que tienen las cosas como me son dadas. Pero yo las miro de un modo distinto, y pido precisamente a Dios que me dé una luz nueva para asomarme a ellas, y le pido también un corazón capaz de perdonar hasta el fondo, y le pido la esperanza que me permita saberme parte de este mundo sin la desazón del desencanto, la amargura, el escepticismo y el desprecio. Una luz, un perdón y una esperanza… esto es lo que pone novedad en lo que al comenzar un nuevo año puede realmente cambiar en mis adentros cuando lo miro, cuando lo siento y cuando lo vivo con esa gracia que humildemente me permite estrenarlo todo como quien estrena un año nuevo.

            Después está lo de la paz, que también nos convoca cada primero de año a los cristianos. He sabido que aquí hay una violencia especial en África. La brujería llega a matar: señala a una persona el chamán de turno, y esa persona será mal vista, perseguida e incluso asesinada. ¡De qué maneras podemos y debemos los cristianos ser instrumentos de paz allá donde cada uno estamos! Pero cuando hablamos de la violencia, normalmente se nos va la mente o la imaginación hacia las guerras lejanas, los terrorismos ajenos, y en seguida pensamos que todo eso no nos afecta porque nos viene demasiado lejos. En este sentido les dije: hay guerras que aparentemente no son las nuestras, como hay violencias y terrorismos que no tienen que ver directamente con nosotros ni nuestras trincheras. Pero… pero… Hay pequeñas guerras, pequeñas violencias, pequeños terrorismos que tienen el domicilio de mi casa, que suceden en mi círculo de amigos, que va y viene por donde yo estoy estudiando o trabajando cada día. Hay un trozo de mundo que es el que pisan mis pies cotidianamente. Hay un lapso de tiempo en esta tierra que es el que coincide con mis fechas y con mi edad.

            Si queremos realmente un mundo pacificado, debo sentirme llamado a ser instrumento de la paz que lo hace posible. Dios quiere esto de mí, en lo que de mí depende, en ese ámbito en donde yo declaro mis guerras, organizo mis emboscadas, conspiro mis estrategias, cavo mis trincheras y pongo a mi manera mis bombas lapa. Podrá tener baja intensidad todo este desaguisado de mis violencias pero son las mías, que no por ser a pequeña escala deja de tener enormes consecuencias en aquellos a los que me dirijo con ellas, aquellos a los que alcanzo y hago daño. Esta es la gracia que hemos de pedir en este día de primero de año: ser instrumentos de la paz del Señor, hacedores de su bien, constructores de la civilización del amor como nos han recordado los últimos Papas.

            Finalmente hice una referencia a María, puesto que cada uno de enero celebramos ese primordial atributo de ser la Madre de Dios. Ella se fió de su Creador, guardó en su corazón lo que Dios decía y lo que a veces callaba, supo estar atenta a las necesidades de las personas en las bodas de la vida como ocurrió en Caná de Galilea con aquellos novios que se quedaron sin el vino. Acompañó a Jesús en sus andanzas, habiéndole antes enseñado a andar a quien vino a traernos la Buena Noticia, y a hablar a quien era propiamente la Palabra. Estuvo hasta el final junto a su Hijo, incluso llegando donde sólo ella llegó tras la calle de la Amargura en la vía Dolorosa: la cruz. Y fue también María quien reunió a los discípulos dispersos y asustados, para esperar la llegada del Espíritu Santo prometido. Por eso mirar a María como hacemos este primero de año, es pedir el don de aprender a ser cristianos a su lado, como quien reconoce en su Madre buena a quien nos permite que crezcamos y maduremos. Ella es Madre de Dios y madre nuestra.

Pero era hermoso, realmente bello, ver la imagen que estos hermanos veneran aquí en Bembèrèkè como una mujer niña de color negro, con el mismo peinado que usan las chicas aquí, con el mismo tocado en el pelo, el vestido lleno de colorido en su estampado. Ella acoge en su regazo o sostiene con sus manos oferentes al pequeño niño que se hizo también Él un Dios negrito. Sus miradas, sus ternuras y sus encantos tienen la gracia y gracejo de este lugar. No es la Santina, ni la Almudena, ni la Macarena. Es la Virgen negra que tiene el corazón lleno de pureza como su pueblo, que espera de tantos modos la salvación que también a ellos se les otorga como al primero, y que saben expresar con sus cantos, sus danzas, sus compromisos, su cultura y su esperanza, lo que el Señor les ofreció porque quiso nacer en medio de esta tierra como nació en la nuestra, naciendo como un hermano negro que habla baribá para que ellos lleguen al cielo que les espera.
 

            Hubo despedidas, agradecimientos, parabienes y nuevo emplazamiento para seguir viéndonos otras veces en futuros viajes a los que me invitan a seguir viniendo. No es nada cualquiera que el arzobispo de Oviedo que envía a sus hermanos sacerdotes y diáconos, venga también él de vez en cuando para confirmar en la fe, para dar gracias, y para aprender tantas cosas como Dios Maestro no se cansa de enseñarlas a través de estos sus hijos preferidos y predilectos. No es un favor altruista el que yo hago viniendo, sino una inmensa gracia la que se me regala inmerecidamente. Por todo ello, sí, Bonne Annè, Feliz año nuevo. Amén.

 

1 comentario:

  1. Feliz Año y felicidades en este día, hermano. Verdaderamente, pesa más la Gracia recibida en este viaje, que las pequeñas o seguramente grandes renuncias que haya podido hacer al decidir pasar las navidades con esta parroquia algo más lejana.
    De su homilía, queda todo dicho. Amén. Que aprendamos a vivir desde la novedad de Dios cada día, que no esperamos las grandes teofanías sino el ser capaz de ver su Presencia en los momentos cotidianos y sencillos de cada día. Todo un arte, que los que han alcanzado la santidad, nos deben enseñar a vivir.
    Feliz descanso. Un abrazo. Patri

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