Finalmente amaneció. Todo empezaba de nuevo. Este es el rito y el
pacto no escrito que cada año nos damos y acordamos. Lo decimos así,
sentidamente: feliz año nuevo. Y no salió otro saludo de nuestros labios
durante los primeros días de enero y así nos fuimos despidiendo también en los
últimos de diciembre. En Bembèrèkè no fue distinto. Bonne annè… Merçi beaucaup.
Toda la noche, que volvió a durar muy poco para lo del dormir, fue con música
de fondo. La misma música y el mismo fondo. Implacable y tremendo. Por supuesto
que no me defraudó mi amigo el preste morito, que subido a su minarete nos
volvió a cantar sus versos coránicos dale que te pego sin perdonarnos ni uno.
¡Pero qué afición le han cogido a esto por la noche los chicos del turbante!
Hice nuevamente un acto de virtud y no entré a considerar su árbol genealógico,
pues yo cuando me pongo virtuoso ni yo me reconozco. Así, mientras el muecín
cantaba sus cosas, yo echaba requiebros piadosos al Señor, pero discretamente,
sin altavoz, como Dios manda, oiga. Es el caso que es el mismo Dios, porque no
hay otro, aunque posiblemente muchos de ellos no lo saben. Pero ahí estaba
también Dios empezando el año, supongo que divertido escuchando nuestra porfía:
que si en el árabe de Don Mahoma, que si en el castellano de Santa Teresa, y
así andábamos uno y otro ante la sonrisa de Dios, el único y verdadero.
Cuando ya me
levanté, muy temprano para un día como este, y casi sin pegar ojo aunque ni fui
al baile ni me quedé de jarana, desayuné con los demás misioneros y nos
recordamos las faenas pastorales en el día que teníamos por delante. A mí me
tocaba en la parroquia de Bembèrèkè casi como una despedida porque la estadía
empezaba ya a tocar su fin después de más de diez días intensos, muy intensos,
en donde una vez más el Señor ha vuelto a sorprenderme regalándome
inmerecidamente tantas cosas que he podido ver, escuchar, aprender… en quienes
más se empeña Él ser maestro: los pobres, los niños, la gente sencilla que
tiene su corazón abierto a lo que significa el amor, la esperanza y la fe.
La gente fue
llegando a la Iglesia. Se veía al principio algo menos de gente, pero poco a
poco fue llenándose con algunos tardones que venían de una noche larga también.
Tuve la impresión que no eran de la Adoración nocturna. Tampoco es que a las
diez y media fuera una hora intempestiva, pero… sin chocolate con churros
porque aquí no tienen esa tradición, no dejaba de ser algo pronto para ellos.
Todo estaba organizado como de costumbre. Los monaguillos, los del coro y
danza, las ofrendas, las moniciones (por cierto muy bien hechas), los lectores…
Me sorprendía el buen gusto, el buen hacer, el mimo con el que esta gente se
toma las cosas del Señor.
Además de
despedirme de ellos al final de la Misa, había que decir algo sobre lo que en
un día como este del primero de año los cristianos celebramos. Y en primer
lugar les expuse el sentido de esa “novedad” que se nos descuelga por el hecho
de empezar un año. Sin ser irónico, pero sí muy realista, les pregunté: quién
de vosotros que ayer tuviera un dolor hoy por ser primero de año se le ha
quitado. Hubo silencio. ¿Y vuestras deudas… alguien las ha pagado esta
madrugada? Nada. Los que por alguna razón estaban tristes porque la vida a
veces aprieta y acorrala de mil modos, hoy uno de enero ¿todo lo tienen ya
arreglado? Más silencio. Y los que experimentan el miedo, la incertidumbre, la
soledad… ¿llega este comienzo de año y todo se colorea de un modo especial y ya
nada es como antes? Ninguno decía nada. Ah… o sea, que esto del “año nuevo” no
es ninguna panacea, y que la auténtica novedad no la certifica ni asegura una
hoja de nuestro calendario ¿no? Así es. Todos asintieron.
Entonces habría
que hacer alguna reclamación, no sé muy bien a quién: si a los políticos que
mandan, si al Papa o al Obispo, si al mismo Padre eterno, porque lo que parece
es que no todo es tan automático, tan inmediato, tan eficaz. Más allá de la
expresión del “feliz año nuevo”, habría que saber en qué consiste la verdadera
novedad, no vaya a ser que todo sea una componenda, una especie de pacto irreal
para fingir que las cosas han cambiado porque estamos estrenando un año en un
nuevo calendario.
Les quise
proponer entonces una manera distinta de decirnos sinceramente este saludo al
comienzo del año. Tratar de mirar las cosas de un modo nuevo. No todo depende
de mí para que sea de otra manera, pero sí que puede cambiar mi modo de
mirarlo, hasta el punto de experimentar que estamos hablando de algo
verdaderamente nuevo cuya novedad reside en mis propios ojos. Nada de varitas
mágicas. Nada de cuentos de hadas. Es la misma realidad con todo su mordiente,
con todo su pesar, con todo lo que tienen las cosas como me son dadas. Pero yo
las miro de un modo distinto, y pido precisamente a Dios que me dé una luz
nueva para asomarme a ellas, y le pido también un corazón capaz de perdonar
hasta el fondo, y le pido la esperanza que me permita saberme parte de este
mundo sin la desazón del desencanto, la amargura, el escepticismo y el desprecio.
Una luz, un perdón y una esperanza… esto es lo que pone novedad en lo que al
comenzar un nuevo año puede realmente cambiar en mis adentros cuando lo miro,
cuando lo siento y cuando lo vivo con esa gracia que humildemente me permite
estrenarlo todo como quien estrena un año nuevo.
Después está lo
de la paz, que también nos convoca cada primero de año a los cristianos. He
sabido que aquí hay una violencia especial en África. La brujería llega a
matar: señala a una persona el chamán de turno, y esa persona será mal vista,
perseguida e incluso asesinada. ¡De qué maneras podemos y debemos los
cristianos ser instrumentos de paz allá donde cada uno estamos! Pero cuando
hablamos de la violencia, normalmente se nos va la mente o la imaginación hacia
las guerras lejanas, los terrorismos ajenos, y en seguida pensamos que todo eso
no nos afecta porque nos viene demasiado lejos. En este sentido les dije: hay
guerras que aparentemente no son las nuestras, como hay violencias y
terrorismos que no tienen que ver directamente con nosotros ni nuestras
trincheras. Pero… pero… Hay pequeñas guerras, pequeñas violencias, pequeños
terrorismos que tienen el domicilio de mi casa, que suceden en mi círculo de
amigos, que va y viene por donde yo estoy estudiando o trabajando cada día. Hay
un trozo de mundo que es el que pisan mis pies cotidianamente. Hay un lapso de
tiempo en esta tierra que es el que coincide con mis fechas y con mi edad.
Si queremos
realmente un mundo pacificado, debo sentirme llamado a ser instrumento de la
paz que lo hace posible. Dios quiere esto de mí, en lo que de mí depende, en
ese ámbito en donde yo declaro mis guerras, organizo mis emboscadas, conspiro
mis estrategias, cavo mis trincheras y pongo a mi manera mis bombas lapa. Podrá
tener baja intensidad todo este desaguisado de mis violencias pero son las
mías, que no por ser a pequeña escala deja de tener enormes consecuencias en
aquellos a los que me dirijo con ellas, aquellos a los que alcanzo y hago daño.
Esta es la gracia que hemos de pedir en este día de primero de año: ser
instrumentos de la paz del Señor, hacedores de su bien, constructores de la
civilización del amor como nos han recordado los últimos Papas.
Finalmente hice
una referencia a María, puesto que cada uno de enero celebramos ese primordial
atributo de ser la Madre de Dios. Ella se fió de su Creador, guardó en su
corazón lo que Dios decía y lo que a veces callaba, supo estar atenta a las
necesidades de las personas en las bodas de la vida como ocurrió en Caná de
Galilea con aquellos novios que se quedaron sin el vino. Acompañó a Jesús en
sus andanzas, habiéndole antes enseñado a andar a quien vino a traernos la
Buena Noticia, y a hablar a quien era propiamente la Palabra. Estuvo hasta el
final junto a su Hijo, incluso llegando donde sólo ella llegó tras la calle de
la Amargura en la vía Dolorosa: la cruz. Y fue también María quien reunió a los
discípulos dispersos y asustados, para esperar la llegada del Espíritu Santo
prometido. Por eso mirar a María como hacemos este primero de año, es pedir el
don de aprender a ser cristianos a su lado, como quien reconoce en su Madre
buena a quien nos permite que crezcamos y maduremos. Ella es Madre de Dios y
madre nuestra.
Pero era hermoso, realmente bello, ver
la imagen que estos hermanos veneran aquí en Bembèrèkè como una mujer niña de
color negro, con el mismo peinado que usan las chicas aquí, con el mismo tocado
en el pelo, el vestido lleno de colorido en su estampado. Ella acoge en su
regazo o sostiene con sus manos oferentes al pequeño niño que se hizo también
Él un Dios negrito. Sus miradas, sus ternuras y sus encantos tienen la gracia y
gracejo de este lugar. No es la Santina, ni la Almudena, ni la Macarena. Es la
Virgen negra que tiene el corazón lleno de pureza como su pueblo, que espera de
tantos modos la salvación que también a ellos se les otorga como al primero, y
que saben expresar con sus cantos, sus danzas, sus compromisos, su cultura y su
esperanza, lo que el Señor les ofreció porque quiso nacer en medio de esta
tierra como nació en la nuestra, naciendo como un hermano negro que habla
baribá para que ellos lleguen al cielo que les espera.
Hubo despedidas,
agradecimientos, parabienes y nuevo emplazamiento para seguir viéndonos otras
veces en futuros viajes a los que me invitan a seguir viniendo. No es nada
cualquiera que el arzobispo de Oviedo que envía a sus hermanos sacerdotes y diáconos,
venga también él de vez en cuando para confirmar en la fe, para dar gracias, y
para aprender tantas cosas como Dios Maestro no se cansa de enseñarlas a través
de estos sus hijos preferidos y predilectos. No es un favor altruista el que yo
hago viniendo, sino una inmensa gracia la que se me regala inmerecidamente. Por
todo ello, sí, Bonne Annè, Feliz año nuevo. Amén.
Feliz Año y felicidades en este día, hermano. Verdaderamente, pesa más la Gracia recibida en este viaje, que las pequeñas o seguramente grandes renuncias que haya podido hacer al decidir pasar las navidades con esta parroquia algo más lejana.
ResponderEliminarDe su homilía, queda todo dicho. Amén. Que aprendamos a vivir desde la novedad de Dios cada día, que no esperamos las grandes teofanías sino el ser capaz de ver su Presencia en los momentos cotidianos y sencillos de cada día. Todo un arte, que los que han alcanzado la santidad, nos deben enseñar a vivir.
Feliz descanso. Un abrazo. Patri