Tocaba ir a Pesarà, al norte de Bembèrèkè. También a través de la
selva en esta ocasión, y por unos caminos realmente difíciles de transitar por
los estragos de las grietas que ponen en vilo el coche todo terreno como si
fuera un acróbata. Hace dos años que visité esta zona y me comprometí a
ayudarles a construir una iglesia. Ellos es lo que me pedían. Entonces y ahora
me llamó la atención: no pedían hacer un pozo para extraer el agua o que les
construyésemos una escuela para los chavales o pusiéramos en marcha un
dispensario. Bien es verdad que mucho de esto ya lo tenían y no lo necesitaban.
Pero lo que querían ellos era poder tener en su propio poblado una iglesita
donde celebrar su fe como comunidad cristiana. La capilla se hizo y quedó bien
hermosa para contento y utilizo de estos hermanos que van creciendo de día en
día. Yo me quedé realmente admirado.
Llegamos y fue nuevamente un motivo de
grande alegría. Estaban esperándonos a las afueras del poblado de Pesarà. Nos
bajamos del coche y con ellos seguimos caminando unos ochocientos metros hasta
llegar a la nueva capilla. Dimos saludos a todos y una respetuosa inclinación a
la cruz con la que con toda dignidad iniciaba la comitiva. Iban cantando con el
ritmo de los tambores como siempre, entonando salmos y peticiones a Dios con un
profundo agradecimiento. Los niños se me pegaban al lado sencillamente para que
les diera la mano como saludo o para que se las cogiera y fuésemos así hasta la
Iglesia como amigos de toda la vida. Ya lo dije ayer: la caricia a un niño
especialmente aquí en África puede significar un gesto de ternura por el que él
se siente reconocido, mirado, protegido y amado. No lo olvidará nunca, sin duda
alguna. Quiera el Señor que yo tampoco lo olvide y que vea en ellos el elogio
bienaventurado que Jesús nos relata en el Evangelio cuando se quedaba mirando a
los niños en sus juegos infantiles en la plaza, o cuando poniéndolos en medio
los señalaba como modelo de lo que debe ser un cristiano de veras ante el
asombro de los discípulos.
Había quedado muy hermosa la iglesita.
Está a pocos metros de la pequeña capilla que usaban anteriormente y que se les
había quedado tan pequeña por crecimiento de esta comunidad. Con no mucho dinero
se ha podido levantar aquí una casa para el Señor y para todos su hijos.
Estaban más que orgullosos de su iglesia. A partir de ahora el Señor tiene
también casa en Pesarà, que es como decir que tiene su particular choza de
vivienda, su tienda de encuentro… un auténtico palacio en donde el Rey de reyes
se hace hueco entre los pobres que tienen rico el corazón, y de qué manera. Por
esta iglesia, efectivamente, pasará la vida de todos ellos como sucede siempre
en la casa del Señor. Cuando nacemos nos traen a bautizar para hacernos su
hijos. Cuando crecemos aquí nos alimentan con el Pan santo de la Eucaristía.
Según nos vamos haciendo un poco más grandes aquí somos fortalecidos con el don
del Espíritu Santo confirmando nuestra fe. Si nos enamoramos con algunos de los
amores con los que queda el corazón henchido es en la iglesia donde celebramos
los esponsales, o donde nos consagramos en una vocación religiosa o sacerdotal.
Es la Palabra de Dios la que se nos anuncia al menos cada domingo como
igualmente en su día somos alimentados por el Cuerpo del Señor. También aquí somos
perdonados de nuestros pecados con la confesión. Nos ungen con el óleo santo en
nuestras enfermedades serias o en los muchos años. Y finalmente aquí nos traen
de nuevo como hicieron al principio, para decirnos adiós en el último viaje
hacia la tierra nueva donde el Señor nos espera y donde eternamente estaremos
con Él.
Es por eso comprensible que tanto estos
hermanos de Pesarà como cualquiera de los cristianos sea cual sea su lugar,
tengamos en tanta estima y apreciemos sobremanera el templo donde Dios es
glorificado, donde la fe se celebra como comunidad cristiana, y donde los
hermanos se encuentran para darse mutuamente la paz y recibir todos los signos
de salvación con la gracia que nos otorga la mediación de la Iglesia. Es toda
la biografía cristiana de cada cual y de toda una entera comunidad la que aquí
queda comprometida, compartida y celebrada.
Hubo también aquí una comida con todos
ellos compartida. Es curioso cómo participan unos y otros en lo que juntos
preparan, y cómo acogen a todos cual invitados sin que ninguno pueda sentirse
extraño ante un motivo de fiesta cristiana. En grandes barreños y en pequeñas
cacerolas van apareciendo los elementos típicos de toda comida en esta tierra:
arroz, pasta de espaguetis con abundante picante, mandioca, pollo o gallina
frita, amén de otras cosas que ni siquiera sé cómo se llaman. Reconozco que los
usos y costumbres son otras, pero uno se hace fácilmente a todo, máxime si hay
decisión de hacerte uno con ellos aunque sea olvidando por un momento lo que
habitualmente haces en tus lugares. Puede costar un poco, incluso te cuesta
mucho cuando pruebas el primer bocado. Pero tampoco nos dieron a comer cosas
para nosotros más extrañas e inusuales como la serpiente u otros mejunjes con
salsas diversas y grasas variadas. Te comes lo que te ponen, tras bendecir
interiormente los alimentos para que no te dé algún tripacircuito que te deje
averiado toda la semana. Das gracias a Dios y agradeces también sinceramente a
estos buenos hermanos que te han invitado a su fiesta a su modo y con sus
maneras de celebrarlo. No puedes decir mucho más ni tampoco ausentarte. Hacerte
uno así con ellos es una manera de demostrarles tu amor sincero aunque te
cueste este momento un poco.
Ya por la tarde
pudimos tener un momento de relajo para rezar un poco, para escribir estas
líneas y para preparar la cena de fin de año. Nos anunciaron que venían a
compartir la cena con nosotros los sacerdotes misioneros españoles que trabajan
no muy lejos, en Fouburè: Juan Pablo y Rafael. Una alegría poder volver a
encontrarlos. Y así hicimos piña con una cena de nochevieja memorable. Regada
con buen vino y con entremeses variados, no volvió a faltar el pollo y las
patatas fritas, además de las ensaladas. Los turrones pusieron algo de nota
costumbrista de nuestra tierra española. Y a falta de sidrina asturiana al
menos cantamos Asturias Patria querida… tan querida en esta lontananza,
mientras recordábamos a los seres queridos de nuestras familias, a nuestros hermanos
y compañeros diocesanos, a tantos como en una noche como esta y en unos
momentos tan particulares parece que los sientas a tu lado o acuses la falta de
su compañía.
Doblando ya las
once de la noche, tuvimos todavía tiempo de cantar algún canto, de contar algún
chiste, y de emplazarnos para el día siguiente tras las misas pertinentes. Como
aquí no hay uvas (ni siquiera en Baribá existe la palabra) para despedir el
año, nos despedimos sin más deseándonos tantas cosas buenas mientras se las
pedíamos al buen Dios. Yo me retiré a mi caseta, terminé mis anotaciones del
día anterior con esta crónica cotidiana, y tras el rezo de la oración de
Completas, viendo que faltaban tan sólo unos minutos para las doce, comencé a
rezar el rosario que terminé en los albores del año nuevo. Nunca me había
pillado el cambio de año rezando esta oración a la Virgen. Pero bueno, a falta
de las uvas, buenas son las cuentas del rosario… por la cuenta que me tiene.
Feliz año nuevo y que Dios nos haga santos, es decir, fieles hijos suyos y
fieles a los hermanos que en su Iglesia Él nos ha confiado.
"Esto Inés, solo se alaba. No es menester alaballo, sólo una falta le hallo: que con las priesas se acaba.... Ya que, Inés, hemos cenado tan bien y con tanto gusto, Parece que será justo Volver al cuento pasado" Luis, copión de garzós
ResponderEliminarPues sabrás, Inés hermana,
Que el portugués cayó enfermo...
Las once dan, yo me duermo;
Quédese para mañana.