8. Educar y curar



“Lo que hagáis por mis humildes hermanos, lo hacéis por Mí”. (1 de marzo de 2012)



           Estoy viendo cómo las necesidades profundamente espirituales de estos cristianos o catecúmenos con los que me estoy encontrando, inciden claramente en la solicitud de tener algún sacerdote más que pueda acompañarles, en tener una capilla donde poder celebrar la fe. Así me lo han ido repitiendo en casi todos los sitios encontrándome con los catequistas, los responsables de cada comunidad y las personas que espontáneamente intervienen para saludarme o hablar conmigo. Pero el padre Alejandro y los demás miembros de la Misión entre religiosas, catequistas, etc., no se quedan en esa necesidad primera y primaria que tiene que ver directamente con la sed de Dios.


           Como ya he podido decir en días atrás, ellos quieren que se les dé a Jesucristo y nuestros misioneros les están dando a Jesucristo. Esto es lo más hermoso y lo que pone nombre y denominación de origen a la Misión. Claramente, la presencia de la Iglesia en medio de ellos, el sentido de nuestra Misión Diocesana en Bembereké, consiste en anunciar a Jesús como Señor y Salvador, poniendo en juego todos los recursos religiosos, sacramentales, litúrgicos, pastorales y humanos que ayuden a este fin.


           Pero… pero… estaríamos reduciendo piadosamente este anuncio misionero si no nos ocupásemos también de las otras dimensiones que forman la integralidad de la vida en estas personas a las que el Señor nos envía. La verdadera tradición misionera de la Iglesia jamás ha vivido con estrago o rivalidad la atención de las almas y de los cuerpos de las personas a las que quería y quiere llegar por amor a Dios y por amor a ellas. Y si en algún momento se ha dado semejante confrontación o adversidad excluyente es por un equivocado planteamiento de la misión cristiana: ni reducirla a humareda de incienso, ni empujarla a la trinchera guerrillera. ¡Cuántos excesos en uno y otro sentido, y no tan lejos de nuestro momento histórico!


           Es la vida, toda la vida la que Jesús abraza en su Encarnación. Es la vida, toda la vida por la que Él predicó, curó, consoló, salvó. Es la vida, toda la vida por la que Él en definitiva nació, murió y resucitó. Y así es en la Misión: toda la vida debe ser acompañada, sostenida, iluminada, agraciada, salvada en definitiva acercando no nuestras estrategias sino las de Dios en su Evangelio, en su Iglesia. Jesús nos habla de esa divina solidaridad: lo que hicisteis o dejasteis de hacer a uno de estos mis humildes hermanos, es como si lo hicierais o dejarais de hacer conmigo mismo.


           Estaba en una de las muchas comunidades que he podido visitar, y aunque para mí fuera una más y casi parecida, para ellos era única mi visita, único lo que me querían decir, lo que esperaban escucharme. Con ese sabor a estreno, me disponía verdaderamente a algo nuevo al bajarme del coche y acoger el canto y la sonrisa de quienes venían a mi encuentro. Son momentos especialmente bellos ver los ojitos de tantos pequeños que se clavan en ti esperando que tú hagas un guiño, o esboces una sonrisa, o estreches sus manitas. Igual ocurría con la gente joven, con los adultos y con los ancianos. Serán inolvidables el tacto de las manos rugosas de los adultos, encallecidas, llenas de sudor por el trabajo y el calor.


           Una de esas comunidades tenía delante un inmenso árbol precioso. Era un ficus que había crecido pudiendo cobijar debajo un pueblo que se reúne para entrar en la iglesia. En mis palabras yo comencé a describir el árbol, su significado como punto de encuentro, auténtico cobijo en el temporal de la estación de las lluvias o en los sofocos del largo estío, de cómo fue creciendo desde una semilla pequeña, de… En ese momento me interrumpió mi traductor a la lengua baribá para decirme que no hablase con tantas figuras poéticas porque era muy complicado traducirlas a esa lengua tan rica en narración (tanto es así que al durar en demasía la traducción yo ya no sabía si me estaba traduciendo o completando lo que decía). Y pidió entonces a un catequista nativo que me siguiera traduciendo, lo cual hizo las delicias de todos. Menos mal, porque yo ya no sabía si tenía que limitarme a la recitación de los Diez Mandamientos o empezar directamente con la tabla de multiplicar, tan poco poética ella. Nos reímos un poco. Pero el árbol nos hablaba de la vida.


           Ellos entienden el sentido de su formación cristiana y la labor impagable de misioneros y catequistas, pero ellos entienden también que en la casa de Dios no sólo entran los rezos, sino toda la persona del orante. Su soledad, sus preguntas, sus heridas, sus dudas, sus sueños, sus esperanzas… Y la vida cotidiana que es abrazada por el Señor: preparar la comida, salir a cazar, plantar y regar los huertos, hacer medicinas naturales, o mismamente lavar a conciencia a los críos. Las mamás se empeñan a fondo en ese ritual de restregar bien a los más pequeños a base de estropajo y jabón. Vi a una de ellas lavando a un niño de unos tres o cuatro años. Al fijarme en el agua del barreño, pensé que el niño estaba destiñendo al ver el agua marrón oscuro como su piel. Pero no, es que venía rebozadito de jugar a tutiplén.

 Aunque es posible acompañar todo por parte de la comunidad cristiana, hay dos áreas en las que la iniciación de la fe y su maduración, deben ser acompasadas por la educación y la atención sanitaria. Y en esto están comprometidos nuestros misioneros. Educar integralmente a los más pequeños, a los jovencitos, a los que comienzan a ser adultos. Aquí educar es facilitar los estudios y crear un ambiente en el que toda la persona sea educada, no sólo el currículum académico de su bagaje doctrinal. Por eso los centros que atienden las Dominicas de la Anunciata y las Hijas de María Inmaculada para niños pequeños y para jovencitas, son realmente ejemplares en todo. Y lo mismo en el “foyer”, el internado, de los chicos que lleva directamente Alejandro. Me pareció preciosa esta labor y una manera de facilitar el progreso integral en esta chavalería que sin esta oportunidad sería imposible acudir a un centro donde formarse. Algo tan elemental como no contar con libros apenas, teniendo que estudiar lo que logran poner en sus apuntes, es ya indicio de la precariedad. Como cuando vi a estos chicos estudiando en los soportales de la Misión, o junto a una pequeña farola… porque en sus casas no hay luz.


           El hospital que pude visitar es cualquier cosa menos lo que uno puede tener en la mente al pensar en nuestros centros de día, dispensarios, ambulatorios, o residencias sanitarias. Nada que ver. El amontonamiento, la falta de medios y de higiene mínima, la ausencia de asepsia y hasta de personal sanitario, hace que se te caiga el alma a los pies. Se hace todo lo que se puede, a sabiendas que no llegarás. Y con los medios de que dispones tratas de hacer el milagro cotidiano de que ese enfermo pueda salir adelante. Era sobrecogedor ver en la misma habitación a un anciano en el suelo sobre una esterilla, un niño en la cama contigua y un joven que había fallecido hacía un rato. La habitación saturada de podredumbre, mientras a la puerta del recinto había una inmensa fila de gente que primero debía pasar por la caja para acceder a esa atención.


           
Es encomiable la labor de los que allí trabajan. Nos saludó una médico francesa y una joven que estaba haciendo prácticas de enfermería entregando misioneramente su tiempo y sus conocimientos. El hospital, que fue fundado por los cristianos protestantes, es el único del lugar, aunque pertenece ya al Estado y está gestionado por él.

           El padre Alejandro fue pasando por todas la habitaciones del patio bajo. Se detenía con cada enfermo, les preguntaba, les bendecía, les animaba. Y así hacíamos los demás detrás de él. “Estuve enfermo y vinisteis a verme”. Con el respeto debido al mundo del dolor, con la sana mala conciencia ante la desigualdad humana, quisimos también hacer esta visita. Aunque las religiosas enfermeras acuden a los poblados por indicación del misionero, cuando alguien enferma, cuando hay que mirar a algún bebé o atender a una mamá o a un anciano, el hospital tiene ese reto sobrecogedor.

           La Misión nos da esta doble forma de abrazar a estos humildes hermanos de Jesús: educar sus vidas en la verdad, en la belleza, en la bondad y en la cultura, y atender sus enfermedades cuando los cuerpos quedan heridos por las dolencias. Así entendemos  y prolongamos la misión de Jesús que les hablaba del Padre Dios, les enseñaba las bienaventuranzas, la paz y el perdón, y al mismo tiempo se conmovía por los hambrientos, los sufrientes, los enfermos. “Venid a Mí”. Y en estos hermanos humildes a Él hemos ido, como él mismo fue.

+ Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo



2 comentarios:

  1. Don Jesús, ha sido una gran idea la de crear este blog para que podamos leer a diario como está siendo su experiencia en este viaje apostólico.

    Ni que decir tiene que aunque usted les está dando mucho a esos fieles, aún es más lo que ellos le dan a usted.

    Luis Fernando

    ResponderEliminar
  2. Verdaderamente necesitamos, ahí y aquí sacerdotes como nuestros misioneros, con una espiritualidad de encarnación, capaces de ser testigos del Señor como Él lo fue, viviendo entre los más pobres, y alimentándose en el encuentro íntimo con el Padre.
    Me uno a su acción de gracias y a la petición de nuevas vocaciones pero también de laicos que entendamos el seguimiento de Jesús desde el ser y no sólo desde el hacer, por bueno y fructífero que éste puda resultar en muchos momentos. Que este caminar suyo por Benín, nos haga revisar nuestra andanza por la Diócesis.
    Patricia. Parroquia de San José. Gijón

    ResponderEliminar