2. La acogida



"Bendito el que viene en el nombre del Señor". (Viernes 24 de febrero de 2012)



          No deja de tener su punto de expectativa llegar a un sitio por primera vez, donde confluyen tantos factores que imponen algo verdaderamente novedoso: el pais, la lengua, el clima, la cultura, incluso la expresión religiosa de una idéntica fe cristiana.

           Así llegué hoy a Bembereké, al norte del Benín. Desde que dejamos muy temprano Cotonou, tuvimos que realizar más de 500 kilómetros por carreteras increíbles en medio de esta gran sabana típicamente africana. La arena del camino, los enormes baches que producen las lluvias, hacía que nuestro “jeep” tuviera que poner empeño en demostrarnos su estabilidad, a diferencia de los coches, camiones y autobuses que íbamos viendo en las cunetas totalmente destrozados. No dejó de sorprenderme que tuviésemos que pagar “peaje” por semejantes autopistas.

           Fueron 10 horas de viaje, incluyendo la parada de la comida y un breve saludo al obispo del lugar. Hablaré de este hermano en el episcopado más adelante en días venideros. Pero al llegar a Bembereké, todo el cansancio acumulado, toda la saturación de polvo y lentitud en el camino, de pronto se hizo color, se hizo canto, se hizo danza. Más de un centenar de jóvenes, ataviados con los trajes típicos de este hermoso continente, me recibieron con sabor y aire de verdadera fiesta.

           El rito inicial consistió en que una chica vino hacia mí con una jofaina de madera llena de agua. Me saludó y la vertió a mis pies dándome la bienvenida en francés. Le pregunté por el significado y me dijo que se trata de un elemento sencillo, pobre y rico a la vez: el agua. No siempre abunda y a veces sufren la sequía, por eso es un bien que ofrecen al huésped que tiene un valor real para ellos. El agua es un don y ellos no se apropian de él: al compartirlo dan gracias a Dios que es quien lo concede, y lo comparten con quien viene en su Nombre. El agua representa también lo que limpia, lo que refresca, lo que fecunda, lo que permite fructificar. Todo eso me deseaba esa hermosa muchacha africana. Le di las gracias y me acordé del Agua Viva por antonomasia que representa Jesucristo: para mi sed, para mis manchas, para mi esterilidad Él se me da así precisamente, como Agua Viva.

           Seguimos caminando hasta la misión. Iban cantando y danzando, envolviéndome en medio de esa comitiva que sabía acoger con la más pura y bella alegría. Y llegados frente a la capilla-iglesia, me ofrecieron un recital de danzas cuyo simbolismo no lograba alcanzar. Pero tampoco me dispuse a querer comprenderlo todo, a querer tematizarlo todo, sino a acoger en su simplicidad lo que de suyo era elocuente y vistoso por su clásica coreografía a ritmo de palmas y tam-tam. Fácilmente te arrastraba esa música bailada y cantada con la alegría inocente de sus rostros jóvenes. Los más pequeños, se me fueron pegando hasta rodearme. ¡Qué ojitos, santo Dios, diciéndote sin decir tantas cosas! Ellos todavía no saben hablar francés, ni yo su lengua local, por lo cual no encontraba el modo de comunicarme con aquellos pequeños ojos que se clavaban en mí, misionero-obispo,  blanco y grandullón. Hasta que descubrí que la mirada nos permitía un lenguaje común, igual que la sonrisa que nos íbamos intercambiando con complicidad, o las caricias en sus cabecitas. De pronto aprendí como aprendiz el lenguaje de los niños, ese que no tiene doblez ni maldad, y comprendía porqué ellos fueron a los que bendecía Jesús, mientras poniéndoles en medio nos pidió que nos pareciésemos a ellos.


           Terminamos con una bendición a todos, que acogieron respetuosos de rodillas y con inmensa gratitud. Nosotros nos fuimos a celebrar la Santa Misa, mientras los cristianos del lugar iban llegando a la Iglesia grande, donde un rato después se disponían a rezar el viacrucis por ser viernes de cuaresma. Me impresionó la fe, la devoción, la sencillez, la hondura, con la que les vi rezar las 14 estaciones: pequeños casi recién nacidos que pendían en la espalda de sus mamás cogidos con pañoletas, niños que silenciosos correteaban por doquier sin molestar en absoluto y sin dejar de ser lo que eran, y jóvenes –muchos- y adultos jóvenes también, que siguieron los pasos del Señor.

           El calor, los mosquitos, son una nadería, comparado con esta hermosa acogida que he recibido de estos nuevos hermanos. Vengo en nombre del Señor, y me he sentido verdaderamente bendecido por su Pueblo santo.

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo

3 comentarios:

  1. Qué goso inmenso esa experiencia nueva en este viaje pastoral. Que el Señor os bendiga y sea fructífera vuestra presencia en la Misión.

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  2. Me gusta mucho la iniciativa y el acercarnos a ese pueblo de hermanos en Cristo que tenemos en ese pequeña misión en Benin. Gracias por compartirla

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  3. Verdaderamente camina por esas tierras lejanas pero tan hermanas, en nombre del Señor, y acompañado desde aquí por la oración entrañable del resto de la Diócesis: niños, jóvenes y adultos. Gracias por hacernos llegar desde el corazón la vivencia de estos días. Que la Santina continúe acompañando como Madre protectora y cercana sus pasos por Benín. Patricia. Parroquia de San José. Gijón

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