Como dos hermanos: el encuentro con el Obispo de N’Dali.


Siempre lo hago en mis visitas a este rincón de Benín: visitar al Obispo, Mons. Martin. Tenemos la misma edad, aunque a él le hicieron Obispo tres años antes que a mí. Contaba entonces él con cuarenta y cinco años. No nos conocíamos, no obstante que coincidimos en Roma cuando ambos hacíamos nuestro doctorado en teología. Es una bella persona, de profunda fe y una honda espiritualidad. Proviene del sur del país, y no es de la etnia baribá. Es muy simpático hablar con él, porque mezcla en su discurso el francés, el español, el italiano y alguna palabra en inglés. Pero nos entendemos bien y es hermoso ver cómo es posible y fácil una profunda comunión a la hora de ver los problemas, poner nombre a los retos y atisbar las soluciones, con una inmensa confianza siempre en el Señor y su divina Providencia.
Esta diócesis de N’Dali es de reciente creación. Tan sólo 20 años de existencia y andadura. Se desmembró de la que ahora es la sede metropolitana: Parakou, donde reside el arzobispo. Su extensión es el doble aproximadamente de Asturias, unos 20.000 km2, y la población casi ronda el millón de habitantes. No obstante, la población católica es una minoría enorme, pues no llega a los 25.000 fieles, distribuidos en 14 parroquias. La última en ser erigida como tal es la de Gamia, que se les ha confiado a los misioneros asturianos. De todas formas, cada parroquia tiene luego un buen número de capillas que vienen a ser como la extensión de la parroquia madre o cabecera pastoral. La de Gamia tiene 22 capillas, y representan otras tantas comunidades con las que se va trabajando desde los inicios más primordiales de un primer anuncio evangelizador, a comunidades que ya cuentan con catequistas y una regular celebración de la fe en los sacramentos y la cáritas local como ayuda concreta a los más necesitados.
La dificultad radica en el acceso a todas esas capillas, porque los poblados donde están ubicadas no siempre tienen vías preparadas por el deterioro que esos caminos sufren a través de las estaciones climáticas: época de las lluvias, época de la sequía. Hemos visto auténticos arenales en los que las ruedas de nuestro Toyota se hundían; pero no cambia cuando caen los primeros torrenciales, pues se convierten en ciénagas y arenas movedizas. Junto a esto, las grietas que van cuarteando los senderos hasta hacerlos impracticables para los coches, aunque sean todo terreno. Esto conlleva que el acceso hay que hacerlo a pie selva adentro, con otro tipo de peligros y dificultades como bien saben los misioneros. Es entonces donde aflora la grandeza y la pasión de las personas que están aquí, porque o renuevas cada mañana tu sí a Jesucristo y le pides humildemente la gracia de que ponga en tus labios su Palabra, y que reparta con tus pequeñas manos su Gracia, o de lo contrario quedas exhausto, cansado, harto, algo desencantado al parecerte que es desproporcionado el esfuerzo y desmedida la entrega, para tan pocos logros cosechados.
Tenemos dos misioneros sacerdotes ahora en Gamia. Los dos extraordinarios, realmente. Estamos comenzando en esta parroquia que fue propiamente creada el 8 de septiembre de 2018, festividad de Nuestra Señora de Covadonga. Desde Asturias apoyamos, animamos y en parte subvencionamos todo el costo humano, eclesial y económico que supone trabajar pastoral y ministerialmente aquí. Pero no es la generosidad única de dos misioneros, o de una delegación diocesana de misiones, o de un obispo, o de unas parroquias o personas especialmente sensibilizadas, sino que es la suma de todas estas voluntades, de tantas aportaciones de diversa índole: oraciones, sensibilización, ayuda económica, voluntariados, y un precioso y largo etc. Es lo hermoso y debería ser lo realmente cierto: una entera diócesis que sale al encuentro misionero de una diócesis hermana.
Así lo veíamos Mons. Martin y yo, en el intercambio que hemos tenido antes del almuerzo. Y si él está agradecido por nuestra ayuda diversa, nosotros estamos agradecidos por el bien que nos hace venir aquí y compartir fraternalmente lo que la Providencia y la vida ha puesto en nuestras manos. No somos ni “Mr. Marshall”, ni el “Tío Sam”; sabemos que nuestra diócesis no es el Fondo Monetario Internacional ni el Banco Central Europeo. Lo nuestro es mucho más y es bien distinto, como pueden comprobar y comprueban quienes se allegan aquí una temporada. Porque más allá de la dificultad del idioma, dado que en francés sólo puedes entenderte con los que están en la cabecera de la parroquia y ni siquiera te sirve cuando te adentras en los poblados y capillas, sin embargo, Dios te grita: literalmente te grita, sí. Y escuchas ese grito con los oídos del corazón a través de un lenguaje no verbal, cuando te asomas a todo lo que ves y superas la extrañeza curiosona de contemplar paisaje y paisanaje tan diferente al tuyo habitual. Las condiciones de vida, el modo de trabajar, la alimentación, las casas, los ancianos y los más pequeñinos, los jóvenes que quisieran estudiar y salir adelante… ¡Todo un mundo real, que no aparece en los telediarios de cada día, aunque cada día ellos tengan que afrontar su existencia en este lugar y con sus propias fuerzas!
Pero lo mismo sucede en la vivencia de la fe: es un mundo diferente. El Evangelio es el mismo, los sacramentos aquí también son siete, la fraternidad cristiana se teje y entreteje con la misma urdimbre comunitaria, viven en un mundo diverso ajeno o enemigo al hecho cristiano desde la indiferencia más despectiva o desde la hostilidad más radical. Pero estos cristianos, en estos lares, quieren seguir creciendo en su fe, en su amor al Señor y su pertenencia a la Iglesia, en la entrega sincera a los hermanos. Acompañar todo esto que representa la vida en su condición cultural, social, económica y religiosa, es un bello desafío al que se sienten impelidos nuestros queridos misioneros cada día, más allá de su estado de ánimo envalentonado o desanimado, de sus lágrimas más furtivas o de sus sonrisas de tronchante carcajada. Y lo veo cuando entrando al atardecer en la capilla de la Misión los veo rezar las vísperas, como quien devuelve al Señor el día que en la mañana Él puso en sus manos humanas. Fueron al encuentro de las comunidades, celebraron con ellas la santa Eucaristía, rezaron el rosario y el ángelus, enjugaron llantos, compartieron motivos de alegría, y al final del día… cansados y contentos, se unen a toda la Iglesia para en la hora vespertina seguir dando gracias. Por todo esto yo también estoy conmovido y agradecido a este hermano Obispo que nos permite ayudarles, sabiendo que nosotros también somos ayudados por ellos.
Después nos fuimos a Bembereké, donde hace treinta años comenzó nuestra presencia en esta nueva diócesis de N’Dali. De allí hemos salido para seguir como Misión diocesana de Asturias en la nueva parroquia de Gamia. Pero volver a Bembereké era volver a todos esos años donde nuestra diócesis ha invertido -por así decir- mucha ilusión en la entrega de los varios sacerdotes que han pasado por ahí, en las ayudas materiales para crear y animar los distintos proyectos pastorales y educativos, y en la construcción de los espacios donde llevar a cabo toda esa labor. Era muy hermoso el que, sin ningún tipo de apropiación, una vez que se ha realizado el trabajo en todos estos años, se ha puesto la preciosa herencia en manos del Obispo de N’Dali para que allí él envíe a sus sacerdotes, se haga cargo de lo que les cedemos para siempre, y nosotros volvemos a empezar en esta nueva parroquia de Gamia. A mi modo de ver es un buen ejemplo de lo que debe ser la gratuidad: sin poner ningún precio, sin quedarnos nostálgicos de nuestro anterior terruño, sin ambicionar honores y beneplácitos, hacer lo que teníamos que hacer y continuar nuestra labor misionera allí donde la Iglesia nos pueda necesitar.
Celebré la santa Misa con el actual Vicario General de N’Dali, que es el nuevo párroco de Bembereké, junto a su diácono y los seminaristas, además de acompañarme el Vicario Episcopal de Oviedo y los dos misioneros asturianos de Gamia. Allí pude saludar a las dominicas de la Anunciata, que siguen colaborando con ellos y con nosotros en Gamia en la pastoral de los jóvenes y la catequesis. Era hermoso el Evangelio del día, porque Jesús hablaba de la lámpara y la luz: que no es ésta para dejarla debajo del celemín, sino para colocarla en el candelero y que alumbre. Pues eso era nuestra presencia allí: cambia el candelabro, pero no la llama. Es otro el lampadario, pero no el fuego que alumbra y arde. ¡Si supiésemos ser humildes candelabros en donde Dios ponga su luz…! Siempre sin apropiarnos de nuestro candelero, sin poner condiciones a la luz, sino dejar que ella alumbre cuando quiera, donde quiera, a los que quiera. Por nosotros, sólo una actitud: dejarnos llevar y ser disponibles para que en nosotros arda y alumbre Dios.

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
Jueves 31 de enero de 2019


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