“El que no se haga niño no entrará en el Reino de los cielos”. (2 de marzo de 2011)
Una de las cosas que me decían los lugareños benineses es
que su país no es tan conocido como otros de África porque no tienen
conflictos bélicos: ni están en guerra con los países limítrofes ni
tienen tampoco batallas tribales entre las propias etnias. Sin duda que
es un motivo de alivio semejante ignorancia y una triste celebridad
cuando te conocen por las masacres raciales y los enfrentamientos
violentos.
El testimonio de no pocos misioneros, algunos de los cuales
han sido nuestros cuando teníamos la Misión Diocesana en Burundi o en
Guatemala, es que determinadas violencias son de diseño: están
programadas o bien desde el egoísmo de algunos prepotentes que quieren
seguir manteniendo sus imperios de dinero y propiedades a toda costa y
por cualquier precio (incluso matando u organizando matanzas entre los
pueblos); o bien desde el interés comercial de la industria armamentista
de las potencias mundiales, capaces de provocar una guerra fratricida
para dar salida al armamento que se les quedaba obsoleto y apunto de
caducar, o para probar novedades jugando con las vidas de inocentes como
se experimenta con los conejillos de indias; o bien porque hay otro
tipo de intereses de índole estratégica y conviene desestabilizar una
zona del planeta para debilitar aún más su débil posición o hacer más
fuerte la de ellos frente a todos los demás.
Todo esto se da bajo diseño jaleado, financiado, urgido
entre aquellos pueblos africanos también. Por este motivo la voz de la
Iglesia en cualquiera de estos escenarios antes señalados es siempre una
instancia incómoda. Nos sucede igualmente con determinados gobiernos y
partidos políticos dentro de la sociedad democrática y pacificada. Pero
en donde además hay violencia y guerra, el Evangelio de la Paz suena
extraño y provocativo, y presentar el mensaje cristiano en toda su
integridad no es apto para todos los públicos que quieren hacer de la
suya una única voz. La mejor manera entonces de censurar el mensaje es
matar al mensajero, y así se hace de tantos modos dando pie a las mil
historias martiriales: desde Jesucristo hasta el último que por amor a
Él y a los hermanos sufrieron el alto precio de tener que entregar la
vida como el Maestro.
La paz, la paz. De esto versó nuestra última mañana en
Cotonou, porque sabiendo que estábamos allí en Benín el Arzobispo de
Oviedo y la Delegación de Misiones de nuestra Diócesis, el Padre Ángel
nos invitó a la misa que se había organizado por parte de Mensajeros de
la Paz con motivo del décimo aniversario de la sede en Benín,
concretamente la “Maison de la Joie pour les enfants”, la Casa de la
Alegría para los niños. Allí fuimos, y junto al Señor Nuncio Apostólico
de Benín y Togo, algunos sacerdotes diocesanos de Cotonou, religiosas,
embajadas extranjeras, nuestro Señor Cónsul y las personas que llevan
ese Centro de acogida, celebramos la Eucaristía con los niños que están
recogidos en ese lugar de esperanza.
Gentilmente me cedieron la presidencia de la Santa Misa.
Durante la homilía pude agradecer públicamente la labor meritoria que
este sacerdote asturiano, el padre Angel, lleva adelante desde hace más de
cincuenta años, los que él lleva de ordenación sacerdotal. Su presencia
en tantos países del Tercer Mundo y también en medio de nuestro Primer
Mundo herido de insolidaridad, acerca la esperanza al mundo de la
ancianidad y de la infancia más desprotegidas. Como él mismo decía en
sus palabras finales, Mensajeros de la Paz debe su inspiración a la
Iglesia y con ella quiere caminar. Nos dio las gracias a los obispos,
haciendo mención expresa a los que hemos pasado por la sede arzobispal
de Oviedo: Tarancón, Díaz Merchán, Osoro y ahora Sanz.
Los niños son siempre los preferidos de Dios. Ellos fueron
la mejor parábola que Jesús nos propuso poniéndoles en medio de sus
discípulos y diciendo que sólo quien se haga como un pequeño podrá
entrar en el Reino de los Cielos, y ay de aquél que abuse o maltrate a
un inocente pequeñín, pues más le valdría que con una piedra de molino
atada al cuello le arrojasen al mar. Palabras graves y severas, que
tienen una triste actualidad cuando hemos tenido que pedir perdón por
esos crímenes también dentro de la comunidad cristiana, como
ejemplarmente ha llevado a cabo con libertad y humildad el Santo Padre
Benedicto XVI. No obstante, en la violencia física, moral y sexual
contra los niños, los casos de sacerdotes o religiosos que han sido
acusados y condenados por este terrible delito, representa el cero coma
poco del porcentaje de una tragedia mundial y de una modalidad de crimen
cultural de nuestra sociedad más corrompida y pervertida. Como tantas
veces hemos repetido, un solo caso entre nosotros ya habría sido
demasiado, cuánto más si han sido tantos casos como hemos tenido que
lamentar. Pero dicho esto, hemos de seguir insistiendo en que este
problema no es de la Iglesia Católica o de su clero (cero coma poco, lo
repito), sino de una sociedad enferma y desquiciada, de la que también
los cristianos formamos parte en su lado más oscuro. La criminalización
que hemos sufrido por parte de determinados grupos políticos, mediáticos
y culturales, ha escenificado injustamente que la pedofilia es un
pecado “sólo” de los católicos, “sólo” del clero católico. Evidentemente
hay una intencionalidad macabra y estratégicamente diseñada.
Aquellos niños recogidos en La Maison de la Joie pour les
enfants eran el patente testimonio de esto que acabo de indicar:
compra-venta de pequeños, abuso sexual y redes de pederastia, maltrato
físico, víctimas de sus padres, exclusión por defectos físicos o
enfermedades, y un largo y terrible etcétera. Esos niños preferidos de
Dios, fueron despreciados por los hombres. A esos niños creados con un
sueño de bien y felicidad por Dios, se les impuso una cruel pesadilla
tan injusta como indebidamente. Y allí estaban tratando de salir
adelante… con Dios y ayuda. Ese es el mensaje de los Mensajeros de la
Paz.
Como hacemos en nuestra Misión Diocesana de Bembereké, como se hace en
tantos sitios a través de la presencia de la Iglesia, queremos devolver a
los niños ese sueño de Quien les creó, sacándoles de todas nuestras
pesadillas. Y la pregunta no retórica de dónde está Dios cuando suceden
estas cosas, cuando hay catástrofes naturales, cuando se dan las
guerras… tiene siempre una respuesta que tampoco debe ser teórica: Dios
está en primer lugar en los que sufren, en aquellos que son víctima de
cualquier cosa o situación. Y en segundo lugar, Él también está en los
que habiendo entendido su Misericordia y Ternura divinas, “le prestan”
sus manos, sus labios, sus ojos, su corazón, su tiempo, sus talentos,
para que a través de ellos los que sufren y son víctimas puedan volver a
empezar con una esperanza sin trampa.
En Cotonou hay una casa, que está pintada de alegría, y en
la cual los niños más desamparados han aprendido a sonreír dejando de
ser rehenes de sus desdichas. Sí, La Maison de la Joie pour les Enfants
es una hermosa expresión de las muchas que tienen los Mensajeros de la
Paz. Dios soñó a estos pequeños, y han sido salvados del egoísmo que les
imponía las peores pesadillas.
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
Qué difícil resulta tantas veces, y más aún en su responsabilidad de pastor de la Diócesis, decir "lo que hay que decir y lo que la sociedad tiene que oir"; tenemos que seguir pidiendo al Padre, como lo hacemos en la Eucaristía "el gesto y la palabra oportuna ante el hermano solo y desamparado".
ResponderEliminarQue el Espíritu nos haga valientes para asumir los errores, que los tenemos como humanos y como Iglesia, pero también para defender siempre la Vida digna para todos.
Patricia. Parroquia de San José. Gijón
Muchas gracias por compartir através de este blog su visita a Benin. Lo estoy disfrutando muchísimo ;-)
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