Reunión del alto mando. Sombwa en el horizonte.


           
Me habían avisado que en el nuevo centro de nuestra Misión diocesana en Gamia, querían hablar conmigo los responsables del Consejo Pastoral de esa parroquia que es ahora nuestro centro de operaciones evangelizadoras en la zona que el Obispo de N’Dali nos ha confiado. Y bromeaba diciendo que tenía una reunión con el “alto mando” de la comunidad cristiana. Se me presentaron seis hombretones ataviados a la usanza africana. La casa de los sacerdotes está a las afueras de Gamia, tras un pequeño descampado con algunas casas de gentes cristianas. La ciudad se está desarrollando hacia ese lugar y es muy apropiada la situación geográfica que escogimos para ubicar la casa de los misioneros asturianos.
            Me avisaron de su llegada y salí a una especie de pérgola redonda con techumbre de cañizo y sostenida por columnas para protegernos del sol. La llaman “apatam”. Yo noté que no había ninguna mujer entre ellos y pregunté si era así. Me dijeron con algo de sorna que también había una mujer, pero que en ese día no podía acercarse por ser día de mercado (lo cual era verdad), y me traían sus disculpas. Se me fueron presentando. En primer lugar, el rey de la comunidad baribá. Todo un personaje alto y fuerte, que venia con un vestido blanco de blusón y pantalones, con un gorro del mismo color parecido en su forma a la barretina catalana. Su dignidad y aplomo eran destacables. Pero mucho más lo fueron sus palabras. Comenzó hablando en batonou, pero enseguida pasó al francés. Tanto él como los otros me dieron las gracias por haber venido, y por ayudarles desde nuestra Diócesis de Oviedo a levantar la comunidad cristiana de Gamia. No sólo en lo que se refiere a los elementos materiales, que son evidentes, sino, sobre todo -ellos insistían en esto-, por haberles traído sacerdotes que les proclamasen la Palabra de Dios, les dieran los sacramentos y de modo especial la Eucaristía, y preparasen a los catequistas.
           
Nos puede parecer una obviedad, pero es sintomático y muy hermoso cómo ellos valoran lo que valoran con un orden de prioridades que te sitúan en el verdadero horizonte de la gratitud y de la gratuidad. Estos hermanos, pobres de lo que nosotros somos ricos y muy ricos en lo que nosotros somos muy pobres, nos enseñan a dar gracias por lo que vale la pena: sin despreciar que vengamos al encuentro de sus necesidades materiales, educativas, sanitarias, pero valorando como lo más precioso lo que contribuye al crecimiento de la fe, de la caridad y la esperanza. No es verdad que se aprovechen, ni que se hagan dependientes de nosotros simplemente para que movidos a lástima les tengamos que seguir ayudando. No he visto este paternalismo provocado e inducido. Sino más bien la madurez libre de quien reconociendo sus carencias, acoge agradecidamente las ayudas, pero sabiendo que somos cristianos los que ayudamos a los cristianos, y por ese motivo la ayuda más importante es la que se deriva y se culmina en la vivencia personal y comunitaria de la fe eclesial. Así lo dijo explícitamente el rey baribá.
            El resto del Consejo pastoral estaba formado por el presidente de la comunidad, el responsable de los catequistas y las familias, el de cáritas y algún movimiento apostólico carismático, y el tesorero. Cada cual en su papel y con su responsabilidad. Yo les recordé cómo antes, la Iglesia del Señor podía ser malentendida desde la función del Papa, del obispo, del sacerdote… los religiosos, los misioneros, y que la inmensa mayoría formada por los laicos era casi tan secundaria que apenas contaba para nada. Ahora, hemos comprendido que la Iglesia del Señor la formamos entre todos, cada cual, con su llamada vocacional, con su menester en la Iglesia y su función en la comunidad. El Consejo pastoral es una expresión de este “nuevo” modelo que es tan antiguo como la misma Iglesia, únicamente que se nos ha olvidado, lo hemos confundido y mucho nos ha costado que Dios nos lo urja de nuevo. Pero bendito descubrimiento en estos últimos decenios desde que concluyese el Vaticano II.
            Los catequistas aquí tienen una importancia enorme. En ellos se apoya el misionero sacerdote no sólo cuando tiene que traducir su palabra a una lengua local que todavía él no sabe hablar, sino que es quien inicia en la fe y en el conocimiento de lo que es la vida cristiana a estos catecúmenos que llaman a la puerta de la comunidad interesándose en su bautismo. Por este motivo, la preparación de los catequistas adquiere una seriedad que se asemeja a la preparación de los futuros ministros de Dios como diáconos y sacerdotes. Dedican hasta un mes cada año, para hacer un curso intensivo sobre teología y pastoral, y lo hacen en régimen de internado para aprovechar bien cada momento y todos los recursos a su disposición. La formación permanente también la toman en serio, y son actualizados los conocimientos y los métodos de evangelización para que siempre sea vivo el acompañamiento de los hermanos más jóvenes y menos duchos en la inserción cristiana.
Pienso a veces cómo nuestros catequistas en Europa tienen la mejor buena voluntad, pero no los hemos preparado con la conciencia que he visto en estos africanos. Es más que seguir unas fichas, colorear unas hojas y aprender unos cantos. Se trata de iniciar verdaderamente a un cristiano que se ha encontrado con Jesús y que desea aprender a vivir todas las cosas desde ese encuentro personal con Él, en verdadera comunión con la Iglesia. Especialmente en un mundo contrario, diverso, plural… no se puede dar nada por supuesto, y para evitar ser arrastrados por la corriente, o absorbidos por la mentalidad y cultura dominantes, es muy importante tener bien las bases que nos identifican como hijos de Dios, hijos de la Iglesia… en un mundo indiferente u hostil hacia lo cristiano. Por eso, dentro de la precariedad de lo que aquí pueden vivir, el testimonio de nuestros misioneros y el de estos responsables en el Consejo pastoral, me dieron una impresión gozosa y una lección muy bella de cómo hacer las cosas como debemos hacerlas buscando la gloria de Dios y la bendición para todos los hermanos que Él nos confía. En el “apatam” se dio un encuentro así de hermoso entre un obispo, sus misioneros, y un grupo de laicos.
Luego fuimos a otra comunidad: Sombwa. La más lejana de cuantas los misioneros atienden. El camino fue complicado por el terreno, pero conseguimos llegar hasta allí. Durante el trayecto fuimos recogiendo a algunos cristianos que iban gozosos cantando. Me acordé de la escena de la obra de teatro de Paul Claudel, El pórtico de la segunda virtud: “¿para qué sirve un camino que no conduce a una iglesia?”. Ellos sabían que aquellos caminos maltrechos vale la pena transitarlos en medio de la selva, porque terminan en la casa de Dios. Y es que Él vive también allí en esa selva donde ha puesto su hogar en el que tienen cabida estos sus hijos.
En Sombwa nos esperaba ya la comunidad que se había ido reuniendo. Es pequeña en comparación de la de Karakou que visitamos ayer, pero tiene mucho encanto. A veces los caminos se hacen arduos, nos complica la andadura, nos puede confundir el desvarío de sus cruces y desvíos, pero a la postre… se da con la iglesia donde esperaba una comunidad cristiana viva. Los cantos, las danzas, las ofrendas, y los ojos de los más pequeños son siempre un reclamo para la alabanza, y un motivo rendido para mucha gratitud. La proverbial acogida de esta gente, nos invitó de nuevo a comer lo que ellos traían. El cuscús super picante con la sémola y verduras, fue el primer plato (más bien primera cacerola, pues era plato común para todos con cuchara individual). El pollo quemado (porque no era ni asado ni frito), nos invitó a rematar el almuerzo. Era pollo de corral, -pitu de caleya, que decimos en Asturias-, duro como una piedra de afilar.
Un día más que declina con la paz y el silencio de las noches de este continente maravilloso. Sólo algún grillo en nuestro jardín, y el lejano runrún de la población que ya se retira al descanso, hasta que el muecín nos recuerde en su intempestivo horario desde el altavoz de su mezquita, que Alá también madruga como nuestro Dios, siendo como son el mismo, aunque sea tan distinta nuestra religión.
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
Gamia-Sombwa. Miércoles, 30 enero de 2019





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