En aquella misa hubo peticiones antes de las ofrendas. Sólo me pidieron que mantuviera a los sacerdotes misioneros y que les hiciese una iglesia. Otras cosas también las necesitaban, pero ellos no me las pedían… por lo menos como necesidad primera. Viéndolos, yo comprendía que las precariedades eran tantas y la pobreza manifiesta, pero me daban esa lección grande: podían ser pobres de tantas cosas, pero no querían serlo de Dios, ni de su Palabra, ni de la Eucaristía, ni del acompañamiento de la Iglesia a través del ministerio de los sacerdotes. Y aquello me tocó el corazón como no sabría explicarlo. Porque mis pobrezas y mis abundancias… ¡eran tan distintas! Como también diversas mis prioridades, mis anhelos, mis sueños y deseos… Aquellos hermanos pobres, me enseñaban lecciones que sólo pueden provenir de Dios y su fina maestría.
Entonces yo
les pedí que me hicieran un regalo: un poco de aquella tierra en la que querían
levantar la nueva iglesia. Y ellos me lo prepararon en una bolsita que tengo a
buen recaudo en mi casa de Oviedo. En una cajita preciosa de madera y cuero,
allí conservo ese terruño, símbolo de un deseo y de un compromiso. Era la
tierra donde se plantan los árboles que dan frutos, donde se siembran las
semillas que nos regalan flores, donde se edifican casas como hogares donde
entrar y ser acogidos como verdaderos hermanos. Y así tengo esa tierra como
recuerdo grato y memoria viva.
Poco a poco
fui reuniendo el dinero y llegó el día en el que les mandé la ayuda necesaria
para que edificaran su templo parroquial nuevo, capaz de albergar sus vidas,
sus cantos, sus ofrendas, sus plegarias, sus esperanzas. Con los colores vivos
de esta tierra variopinta, allí estaba enhiesta la capilla de marras: Karakou
tenía finalmente iglesia.
Las madres africanas, especialmente las que son muy jóvenes, me impresionan. Tienen una belleza especial, delicada y femenina, con un toque de dignidad discreta que te conquista tiernamente al observarlas. El modo con el que cuidan a sus criaturas es realmente admirable. Pareciera que los nueve meses de la gestación no tienen discontinuidad tras dar a luz a sus pequeños hijos. Sea cuando los amamantan, con un recato materno que te impone el pudor más bello y sincero, sea cuando los llevan en el atillo de sus espaldas tan bien colocados que ni se mueven ni peligran que se caigan. Miedo me da verlas así cuando van con los críos en la parte trasera de las motos por estos caminos tan complicados. Las madres son siempre un noble pedacito vivo de las manos creadoras del mismo Dios como si en ellas Él alargase sus dedos señalando los por dónde hay que ir, o alargando sus manos con la más fiel protección de todo su cuidado. Sin duda que era un espectáculo ver allí a todo un pueblo que junto a los jóvenes, los hombres y los ancianos, hacían la procesión de entrada para subir las escaleras de las gradas que nos metían ya en el nuevo templo.
Las ofrendas fueron de verdad: sus frutos de la tierra, de la granja (¡una gallina viva!), y de sus bienes haciendo la colecta. Ah… ¡el dinero de los pobres! Siempre lo hemos dicho en Asturias: las grandes cosas se hacen con las promesas de los ricos y las limosnas de los pobres. Y luego el pan y el vino para la celebración eucarística: verdadero don que como infinito intercambio ellos vienen a recibir con inmensa devoción.
Tras la
misa, vino la comida campestre y los bailes y cantos fuera. Sacaron todos los
bancos de la iglesia y los dispusieron para la comida fraterna. Nosotros
tuvimos el mismo menú: una especie de espaguetis (aproximadamente) con unos
trozos de carne que no supimos de qué era (¿mono, cebú, cordero, vaca…?).
También bebimos agua y un sorbo de cerveza casera. Su sabor especial nos dejó
apreciar que tenía varios grados. De hecho, comprobé que según iba avanzando la
comida, los bailes, cantos y danzas… eran cada vez más animados.
Y nuestro
misionero que llevaba el Toyota (evito su nombre por el momento), tras un par
de sorbos de aquella cerveza, los baches los cogía con generosidad, y las
curvas eran líneas bastante derechas. Milagros que hace la inculturación,
cuando llega a beber lo desacostumbrado. Bendito sea Dios.
Por la
tarde, ya en la misión, tuve una reunión especial con el Consejo Pastoral de la
parroquia de Gamia. Pero esto ya lo cuento mañana. Cansado pero muy contento de
este día intenso en donde Dios no deja de sorprendernos, ese Dios sencillo que
a través de los sencillos nos levanta en vuelo. ¡Qué hermosa es la vida cuando
te pones a la altura de aquellos que el Señor escogió como preferidos, esos que
entienden sus secretos divinos que el Hijo de Dios nos desveló, y que los
sabihondos entendidos y los poderosos prepotentes ni se imaginan! Bendito sea
Dios, sí, por las piedras vivas de sus hijos que levantan el edificio de la
Iglesia construido sobre la roca de la fe, el amor y la esperanza.
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
(Martes, 29 enero de 2019)
(Martes, 29 enero de 2019)
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