Piedras vivas sobre Roca firme. Karakou


           

Recuerdo perfectamente aquel día caluroso. Debajo de un frondoso árbol, quizás era un centenario baobab, se decidían las cosas en aquel poblado selva adentro. Era mi primera visita años atrás a Karakou. Junto al árbol, un edificio pequeño, ya con grietas importantes laterales, el maltrecho tejado de una clase de uralita, y la evidente insuficiencia para dar cabida a una comunidad cristiana que crecía sin cesar. Improvisamos un altar debajo de las ramas bien tupidas de esa floresta con tronco grueso, y la pequeña capilla hacía de retablo pobre. Lo más hermoso de todo: ese pueblo vistoso, lleno de color en sus ropas y tocados, lleno de esperanza en sus ojos brillantes, lleno de vida en tantos niños que nos rodeaban por detrás y por delante como un desafío a la confianza tan egoístamente calculada tantas veces.

       En aquella misa hubo peticiones antes de las ofrendas. Sólo me pidieron que mantuviera a los sacerdotes misioneros y que les hiciese una iglesia. Otras cosas también las necesitaban, pero ellos no me las pedían… por lo menos como necesidad primera. Viéndolos, yo comprendía que las precariedades eran tantas y la pobreza manifiesta, pero me daban esa lección grande: podían ser pobres de tantas cosas, pero no querían serlo de Dios, ni de su Palabra, ni de la Eucaristía, ni del acompañamiento de la Iglesia a través del ministerio de los sacerdotes. Y aquello me tocó el corazón como no sabría explicarlo. Porque mis pobrezas y mis abundancias… ¡eran tan distintas! Como también diversas mis prioridades, mis anhelos, mis sueños y deseos… Aquellos hermanos pobres, me enseñaban lecciones que sólo pueden provenir de Dios y su fina maestría.
            Entonces yo les pedí que me hicieran un regalo: un poco de aquella tierra en la que querían levantar la nueva iglesia. Y ellos me lo prepararon en una bolsita que tengo a buen recaudo en mi casa de Oviedo. En una cajita preciosa de madera y cuero, allí conservo ese terruño, símbolo de un deseo y de un compromiso. Era la tierra donde se plantan los árboles que dan frutos, donde se siembran las semillas que nos regalan flores, donde se edifican casas como hogares donde entrar y ser acogidos como verdaderos hermanos. Y así tengo esa tierra como recuerdo grato y memoria viva.
            Poco a poco fui reuniendo el dinero y llegó el día en el que les mandé la ayuda necesaria para que edificaran su templo parroquial nuevo, capaz de albergar sus vidas, sus cantos, sus ofrendas, sus plegarias, sus esperanzas. Con los colores vivos de esta tierra variopinta, allí estaba enhiesta la capilla de marras: Karakou tenía finalmente iglesia.
           
Al llegar, me sorprendió cómo había tanta gente en la mañana temprano: hacia las 9 horas era todavía pronto, pero ahí estaban poco a poco llegando. Y, como siempre, muchos niños con sus ojos grandes y abiertos que te comen a miradas pidiéndote un guiño, una caricia, una sonrisa con palmada en el choque con nuestras manos. Ellos crecen mirando a los mayores, y es hermoso contemplar cómo los adultos valen la pena ser mirados por los más pequeños y por todos los que les contemplamos. Pero estaban también sus mamás.
Las madres africanas, especialmente las que son muy jóvenes, me impresionan. Tienen una belleza especial, delicada y femenina, con un toque de dignidad discreta que te conquista tiernamente al observarlas. El modo con el que cuidan a sus criaturas es realmente admirable. Pareciera que los nueve meses de la gestación no tienen discontinuidad tras dar a luz a sus pequeños hijos. Sea cuando los amamantan, con un recato materno que te impone el pudor más bello y sincero, sea cuando los llevan en el atillo de sus espaldas tan bien colocados que ni se mueven ni peligran que se caigan. Miedo me da verlas así cuando van con los críos en la parte trasera de las motos por estos caminos tan complicados. Las madres son siempre un noble pedacito vivo de las manos creadoras del mismo Dios como si en ellas Él alargase sus dedos señalando los por dónde hay que ir, o alargando sus manos con la más fiel protección de todo su cuidado. Sin duda que era un espectáculo ver allí a todo un pueblo que junto a los jóvenes, los hombres y los ancianos, hacían la procesión de entrada para subir las escaleras de las gradas que nos metían ya en el nuevo templo.
       
   Tuvimos la misa en francés, a excepción de algunas partes que tuve que aprender a pronunciar en el batonou o baribá, que es su lengua local. Así fue mi saludo al comenzar la homilía para pasmo de todos ellos (y mío) al responderme con entusiasmo a las palabras que memoricé para decirles algo en su propio idioma. En el fondo es lo que ha hecho el mismo Dios: aprender mi lengua, mis dejes, mis dimes y diretes… a fin de que yo pueda entender a duras penas algo. Creo que yo lo he tenido más fácil con estos hermanos que Dios mismo lo ha tenido conmigo.
       
     En la homilía les dije cómo había una promesa con esa comunidad, que felizmente ha podido ser cumplida. Es hermoso ver una iglesia llena de tanta gente, con tanto gozo. Pero las piedras que se levantan sin arenas movedizas que las harán zozobrar cuando vengan los vientos y las lluvias, no son las que sustentan el templo por más que esté construido en roca firme (cf. Mt 7, 21-29), sino sus mismas vidas. Efectivamente, aquellos cristianos son la piedra viva como nos recordaba San Pedro en su primera carta: “sed vosotros piedras vivas para la edificación de un templo espiritual” (1 Pe 2, 4-5). Pensaba en la alegría del Señor, de María (a la que cantamos al terminar la celebración), al contemplar aquellos rostros llenos de luz, aquellos brazos en alto con su alabanza, aquellos corazones agradecidos por tanto… que materialmente era tan poco.
Las ofrendas fueron de verdad: sus frutos de la tierra, de la granja (¡una gallina viva!), y de sus bienes haciendo la colecta. Ah… ¡el dinero de los pobres! Siempre lo hemos dicho en Asturias: las grandes cosas se hacen con las promesas de los ricos y las limosnas de los pobres. Y luego el pan y el vino para la celebración eucarística: verdadero don que como infinito intercambio ellos vienen a recibir con inmensa devoción.
          
  Me regalaron un atuendo que tuve que ponerme al acabar la misa. El pantalón y el blusón (de una tela gruesa que me moría de sofoco) vaya que vaya. Pero el gorrito de rey (sólo lo llevan los que en sus tribus son el rey), se ve que me venía tres tallas menos. Hice lo que pude. Pero se rieron de lo lindo por ver a un rey… ¡tan cabezón!
            Tras la misa, vino la comida campestre y los bailes y cantos fuera. Sacaron todos los bancos de la iglesia y los dispusieron para la comida fraterna. Nosotros tuvimos el mismo menú: una especie de espaguetis (aproximadamente) con unos trozos de carne que no supimos de qué era (¿mono, cebú, cordero, vaca…?). También bebimos agua y un sorbo de cerveza casera. Su sabor especial nos dejó apreciar que tenía varios grados. De hecho, comprobé que según iba avanzando la comida, los bailes, cantos y danzas… eran cada vez más animados.
Y nuestro misionero que llevaba el Toyota (evito su nombre por el momento), tras un par de sorbos de aquella cerveza, los baches los cogía con generosidad, y las curvas eran líneas bastante derechas. Milagros que hace la inculturación, cuando llega a beber lo desacostumbrado. Bendito sea Dios.
            Por la tarde, ya en la misión, tuve una reunión especial con el Consejo Pastoral de la parroquia de Gamia. Pero esto ya lo cuento mañana. Cansado pero muy contento de este día intenso en donde Dios no deja de sorprendernos, ese Dios sencillo que a través de los sencillos nos levanta en vuelo. ¡Qué hermosa es la vida cuando te pones a la altura de aquellos que el Señor escogió como preferidos, esos que entienden sus secretos divinos que el Hijo de Dios nos desveló, y que los sabihondos entendidos y los poderosos prepotentes ni se imaginan! Bendito sea Dios, sí, por las piedras vivas de sus hijos que levantan el edificio de la Iglesia construido sobre la roca de la fe, el amor y la esperanza.

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
(Martes, 29 enero de 2019)





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