Educar: una pasión en el corazón de África





            El primer día lo dedicamos a una visita muy querida y desde años con cita previa. Unas alumnas mías en la Universidad de San Dámaso (Madrid), religiosas de la Compañía del Salvador, han abierto un colegio a tres horas de viaje de nuestra misión diocesana. Kalalé cuenta con un colegio Mater Salvatoris como los tienen en España y en Estados Unidos. Son religiosas jóvenes, cuyas vocaciones han salido fundamentalmente de los propios colegios. Ya es un buen indicio, que las chicas queden “pro-vocadas” por las Hermanas. Dios es quien sólo “voca”, quien llama, pero nuestro modo de vivir vocacionado es lo que tantas veces “pro-voca”. Y así ha resultado en este caso. Una joven Congregación que cuenta con numerosas vocaciones, llenas de alegría y con un bello testimonio de pertenencia a Jesucristo con su generosa aportación a la Iglesia desde el carisma concreto que han recibido en el campo educativo.

           
Pasé por todas las clases: desde las niñas que con tan sólo meses estaban en plena siesta, hasta las más mayorcitas que eran adolescentes. Las más pequeñas eran enormemente espontáneas y juguetonas, las que ya tenían más años nos regalaron el rubor de su reserva presentándosenos remisas. Pero todas, niñas y chicas encantadoras. En su mayoría son musulmanas, hay bastantes animistas, algunas evangélicas protestantes y un grupo creciente de católicas. Sólo son chicas. No únicamente porque el ritmo de crecimiento y maduración de chicos y chicas sea distinto, lo cual explica razonablemente la educación diferenciada, sino porque aquí en África apostar por la mujer es hacer un órdago a la grande de la más enorme discriminación. La mujer aquí cuenta realmente poco en la cultura ancestral. Y, sin embargo, son ellas las que sostienen la familia, la vida y la entera sociedad. La mujer africana es inmensamente fuerte en todos los sentidos.
          Me enseñaron cómo iban aprendiendo el francés, la literatura que ya leían (y hasta proclamaban), los números y las cuentas de las temidas matemáticas, la historia y la geografía, y algo del mundo nuestro visto desde esta ventana africana. La sabiduría antigua de este viejo continente se enriquece y complementa con cuanto pueden ir aprendiendo en los libros, en las clases, dando un resultado hermoso de cruce cultural. Y así las Hermanas, ayudadas por maestras jóvenes locales, van haciendo esta tarea preciosa desde el carisma de su comunidad. Ellas no son enfermeras que traten con personas aquejadas, no tienen a su cargo a ancianos que cuidar, no tienen en este momento una labor misionera de evangelizar por los pueblos y aldeas. Su carisma es la educación, y aceptan poder educar a la niña de hoy, que el día de mañana será mujer, esposa y madre, anciana de la edad más dorada. Alguna de las más pequeñas ya ha preguntado cómo se hace para ser “hermana”. Y de aquí saldrán también vocaciones para la Compañía del Salvador, como ha sucedido en los colegios de otros lugares donde trabaja esta Congregación.

            Pero no son estas Hermanas unas simples “profes”. Porque la vocación que han recibido no se agota en enseñar ciencias y letras instruyendo a niñas y jóvenes. No han venido a África para esta simple enseñanza. Su vocación incluye esta dimensión, pero la desborda: su vocación es propiamente hablando la educativa. Y educar significa enseñar a mirar la vida, a asomarse al misterio que entraña nuestra existencia tan llena de preguntas que no hemos puesto nosotros en el corazón y que nadie logra del todo solventarlas, abrazar tantas situaciones a veces contradictorias, complejas, torcidas, con una gama de violencias y mentiras que fuerzan las cosas hasta hacerlas increíbles, duras, incurables… La educación como acompañamiento que sencillamente acompaña con respeto, que indica con delicadeza los caminos, sin censurarlos y sin suplirlos. Esta educación es lo más parecido a lo que un buen padre o una buena madre hace con extremo cariño por sus hijos, lo que cabalmente hablando ha hecho Dios con cada uno de nosotros.
            Hicimos la visita al colegio, saludamos a las maestras, estuvimos con todas las alumnas, y coincidió que había una visita de voluntarios (nada menos que quince) que venían a pasar una semana de sus vacaciones para trabajar en el colegio de las Hermanas: había médicos, profesores, la arquitecta del colegio, jóvenes y un sacerdote amigo. Así pasarían estos días colocando el botiquín con las medicinas del dispensario, o todo el material escolar que traían a cuestas, o la mano de pintura que brocha en ristre estaba dando a una pared en buen cura. Celebramos con mucho gozo la santa Misa y luego compartimos un almuerzo casi español, con unas lentejas bastante aproximadas a nuestro puchero hispano, con el buen arte de un cocinero africano que apunta maneras.
        
    Tanto el viaje de ida como el de vuelta, fue tremendo por aquellos caminos de Dios. Teníamos suerte de que no es época de lluvias, aunque las últimas que cayeron dejaron los senderos casi imposibles para transitarlos: baches, muchos baches, polvo, mucho polvo. Pero nosotros íbamos en nuestro sufrido Toyota. Nos saludaban al pasar junto a ellos, niños y adultos que iban andando, o bicis y motos. Ellos tragaban inevitablemente polvo y tenían sobre sus cabezas un implacable sol que marcaba la diferencia. No se nos ocurrió quejarnos. Dábamos gracias al Señor por tanto regalo y pedimos perdón por tantos injustos lamentos con que a veces, quizás demasiadas, nos ponemos intratables y sindicaleros. Rezando el rosario entre bache y bache llegamos a casa, en un día inolvidable que recordaremos siempre. Y tras las vísperas en la preciosa capilla en forma de choza africana, pudimos contemplar las estrellas: verdadera catedral sencilla e inmensa. Como hizo Abraham, me puse a contar… no las estrellas, sino las maravillas tan gratuitas con las que nos bendice el buen Dios.
            Era hora de ir al descanso y así lo hicimos con el corazón lleno de agradecimiento. El Señor nos ha vuelto a sorprender. ¡Qué sería si nosotros nos dejásemos también educar por Dios y nos asomásemos a la vida desde la atalaya de sus ojos, escuchásemos los latidos de la historia con los oídos de ese Padre y abrazásemos la realidad con la ternura de su misericordia infinita! Sería un mundo nuevo que nacería aquí en esta increíble África, en la vieja Europa, en el mundo entero, como nace cada mañana para todos, el hermano sol. Laudato Sii, Signore mio… Alabado seas, mi Señor.

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
Martes, 29 de enero de 2019



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